may 262012
 

Felipe Aizpun

¿Porqué hay algo en vez de nada?

El físico teórico de la Universidad del estado de Arizona Lawrence Krauss nos ofrece una respuesta de tintes puramente materialistas en su reciente libro “A Universe From Nothing: Why There is Something Rather tan Nothing”. Krauss ha conseguido últimamente una merecida reputación como divulgador científico tanto por artículos y libros como por algunos videos difundidos en Youtube de forma exitosa. Su último libro ha obtenido un entusiasta apoyo de algunas de las vacas sagradas del ateísmo más recalcitrante (y con el que Krauss se siente perfectamente identificado) como Sam Harris o Richard Dawkins. Este último se ha extendido en elogios hasta comparar el libro de Krauss nada menos que con “El Origen de las especies” de Darwin en cuanto a la similar significación que ambos planteamientos pueden tener como propuesta científica capaz de desbancar las inferencias habituales de diseño que la Naturaleza nos invita a concebir, en el orden del cosmos por un lado, en los seres vivos por otro. El propio Krauss concede la inevitable apariencia de diseño y de finalidad que del exquisito ajuste de las variables físicas parece desprenderse. Pero de la misma manera que supuestamente Darwin nos ha mostrado el camino para la emergencia del “diseño sin diseñador” en las formas vivas, también él pretende ofrecernos la receta para la conformación de nuestro particular y sorprendente cosmos sin necesidad de recurrir a una explicación de tipo trascendente.

El mensaje aparentemente es claro y directo; un estado definible como un vacío cuántico sería un escenario suficiente para comprender que todo lo materialmente existente puede haber emergido de forma espontánea de la nada, o al menos eso es lo que parece desprenderse del título y de los titulares que acompañan a la promoción del libro. Krauss sigue así el camino emprendido hace un par de años por Stephen Hawking en su libro “The Grand Design”, la argumentación de que la realidad material se explica por sí sola, y todo ello acompañado de un desprecio profundo por las reflexiones filosóficas. No hace falta decir que ambos mensajes se complementan mutuamente; sólo desde la ignorancia y el desprecio hacia la imprescindible dimensión filosófica del conocimiento humano se puede proponer una boutade tal.

Las primeras críticas (y nada caritativas por cierto) le llegaron desde el New York Times de la pluma del prestigioso físico y filósofo de la ciencia de la Universidad de Columbia David Albert:

La particular y eternamente persistente base física elemental del mundo, de acuerdo con los postulados estándar de la teorías de campos cuánticos relativistas, consiste (no sorprendentemente) en campos cuánticos relativistas… lo cuál no nos dice absolutamente nada sobre el origen de dichos campos, o porqué el mundo tiene que consistir en campos de esta particular clase, o porqué debería de haber consistido en campos de cualquier naturaleza, o por qué debería de existir un mundo en primer lugar. Punto. Caso concluido. Se acabó la historia.

Albert resulta rotundo y claro en su crítica a Krauss hasta rayar en la descortesía, pero es que francamente la propuesta de Krauss, jaleada por los medios adictos al materialismo imperante resulta bochornosa. Tal como nos explica Albert, lo que la física cuántica nos enseña es simplemente que la concepción tradicional heredada de la ciencia de Newton y sus contemporáneos que asumía la existencia de partículas elementales como última expresión de la realidad material es una representación inexacta de dicha realidad. Ahora sabemos que no es así, y que la última expresión de la materialidad según el conocimiento presente son campos cuánticos relativistas y que las partículas no son otra cosa que específicas disposiciones o expresiones de dichos campos. Así por ejemplo, nos dice Albert, una específica disposición de dichos campos se correspondería con un Universo compuesto de 14 partículas, otras disposiciones se corresponden con un Universo de 276 partículas, otras con un número infinito de partículas y otras con un Universo exento de partículas por completo en lo que se imagina puede haber sido un vacío cuántico. Albert se pregunta, “¿por tanto, en qué demonios estaba pensando Krauss?” Y añade que Krauss creía tener un argumento para defender que tales hipotéticos estados de vacío cuántico serían inestables y que eso explicaría la emergencia fortuita del Universo conocido. Continúe leyendo »

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mar 122012
 

Cristian Aguirre

¿POR QUÉ EXISTE ALGO EN LUGAR DE NADA?

¿Tuvimos que existir por causa de algún propósito previo o somos resultado de un accidente sin sentido? ¿Cuál es la causa que produjo la ignición cósmica? ¿Qué hizo que las ecuaciones que describen la física que conocemos empiecen a actuar en lugar de quedar congeladas en un mundo platónico de ideas?

Se ha buscado responder estas preguntas tanto desde el ámbito filosófico como también desde el físico. Desde esta última perspectiva Stephen Hawking tiene su propia respuesta a esta trascendente pregunta. En su libro titulado “El Gran Diseño” Hawking nos dice que la respuesta a por qué existe algo en lugar nada se debe a que nuestro universo es simplemente producto de una fluctuación accidental del falso vacío. Por eso existimos, por un mero accidente que no lleva implícita ninguna finalidad ni sentido.

Él dice lo siguiente:

“En efecto, como la gravedad da forma al espacio y al tiempo, permite que el espacio tiempo sea localmente estable, pero globalmente inestable. A escala del conjunto del universo, la energía positiva de la materia puede ser contrarrestada exactamente por la energía gravitatoria negativa, por lo cual no hay restricción a la creación de universos enteros. Como hay una ley como la gravedad, el universo puede ser y, será creado de la nada en la manera descrita en el capítulo 6. La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo. No hace falta invocar a Dios para encender las ecuaciones y poner el universo en marcha. Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos.” El Gran Diseño. Pag.195

Sin embargo, Hawking debe también proponer algo que dé cuenta de la formidable complejidad de las estructuras que nuestro universo contiene y de las más complejas que conocemos: la vida. Para hacerlo Hawking recurre a los trabajo del matemático John Conway. Este en los años 70 creó un juego llamado “Vida”. El mismo no se trata en realidad de un juego, sino más bien de una simulación en la cual Conway y sus alumnos pudieron probar cómo, creando un escenario en el cual se crean unos actores sometidos a reglas sencillas (leyes de reacción), se puede producir una gran complejidad. Si este juego Vida es de alguna forma una simulación sencilla de lo que es el universo ¿No podríamos entonces esperar que las más complejas leyes de la naturaleza sean también poderosas para producir una enorme complejidad del grado de la vida? Esa es pues la expectativa de Conway, Hawking, Susskind y muchos otros. Continúe leyendo »

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mar 062012
 

Cristian Aguirre
Multiverso

EL PRINCIPIO ANTROPICO Y EL MULTIVERSO

En el año 2003 en la Universidad de Case Western Reserve en los EEUU se celebró una conferencia titulada: “El futuro de la cosmología”. Allí se reunieron importantes astrónomos, físicos y cosmólogos esta vez, no para hablar de la materia oscura o del destino del universo, sino principalmente para hablar sobre el significado de la vida en el cosmos.

Si ignoramos lo que la física y la cosmología a descubierto en el último siglo y en especial en los últimos 30 años, podríamos pensar que la presencia de la vida en el universo es un episodio fortuito en el que las propias leyes y constantes físicas no tienen mucho que decir. Se podría afirmar que la vida apareció simplemente porque pudo hacerlo, pero cuando se analiza que condiciones necesita el universo a la luz de los conocimientos actuales para permitir que la vida exista surge entonces el asombro y la perplejidad.

Cuando en el siglo XIX el gran físico James Clerk Maxwell descubrió que la velocidad de la luz no era un valor ad hoc, sino que podía deducirse de sus propias ecuaciones de las leyes electromagnéticas como la inversa de la raíz cuadrada del producto de la permeabilidad magnética por la permitividad eléctrica, supuso una gran hito para la ciencia ya que de este modo ¿No podrían también ser deducidas teóricamente otros valores de constantes físicas que hasta ahora parecen puestas ad hoc? Esta era pues la gran esperanza de Albert Einstein cuando pregunto: ¿Tenía Dios elección de crear este universo? Si podemos encontrar una teoría que explique, tal como la de Maxwell con la velocidad de la luz, el resto de constantes físicas, sería entonces un logro que colmaría las expectativas de muchos científicos que desean un universo del todo predecible y carente de molestas arbitrariedades. Si todo es predecible entonces Dios no tuvo elección y el universo debería desarrollarse de un modo definido porque las propias leyes y constantes físicas así lo canalizan. Sin embargo, este escenario optimista se ha visto frustrado con los nuevos avances y, aunque no se pierden las esperanzas de lograr el sueño de Einstein, se debe sufrir una realidad donde aún tenemos incomodas constantes físicas que no pueden ser deducidas por una teoría aún.

Estas misteriosas constantes físicas, tales como la cantidad de materia del universo, el número de dimensiones y otras más abstrusas, funcionan como los botones de una consola de control que están increíblemente finamente ajustados para permitir la vida. Un ligero giro en un sentido o en otro de cualquiera de estos “diales” podría hacer que todas las estrellas fueran tragadas por agujeros negros o se evaporasen en átomos impidiendo toda posibilidad de vida.

Paul Davies ilustra la precisión del ajuste fino como el disparo de un proyectil lanzado desde el otro extremo del universo hacia un blanco de apenas 2.5 metros de diámetro y que da en el blanco. También sería como esperar que un grupo de baldes de pinturas blanca gris y negra explotara y, como resultado del vertido explosivo de pintura, se dibujara con exquisito detalle la pintura “Guernica” de Pablo Picasso. Ninguno de estos ejemplos parecen mínimamente plausibles, sin embargo, nuestro universo es así de especial. Continúe leyendo »

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dic 182011
 

Felipe Aizpún

El nuevo libro de David Abel (“The First Gene”) representa un punto de referencia que no puede ya ser eludido en cualquier intento de explicar el origen de la vida en términos estrictamente naturalistas. La importancia de la exposición de Abel resulta más evidente si hacemos un somero recuento de la historia reciente de las investigaciones sobre la abiogénesis. Desde los trabajos de las primera mitad del pasado siglo puestos en marcha por el ruso Oparin hasta los más recientes intentos por parte del equipo de Craig Venter para recrear la vida artificial en el laboratorio, pasando por el célebre experimento de Miller-Urey sobre la síntesis espontánea de algunos componentes orgánicos, el paradigma explicativo de la emergencia de la vida ha sido el modelo de la evolución química, es decir, la presunción de que la vida puede haber surgido como consecuencia de reacciones químicas fortuitas en un ambiente favorable para ello, quizás, como apuntara el propio Darwin, en una pequeña charca templada…

Esta propuesta ha venido asumiendo durante un siglo largo, la idea de que la búsqueda de una explicación científica satisfactoria a este poderoso enigma, por lejana que pareciese, terminaría por llegar de la mano del avance en el conocimiento de la biología. Distintos escenarios han sido estudiados, para intentar conjugar los dos procesos esenciales inherentes a la vida, el metabolismo y la auto-replicación, en la génesis de los primeros organismos. En los últimos tiempos han adquirido un mayor predicamento entre la comunidad científica los escenarios que postulan un origen de la vida sobre una biología sustentada en moléculas de ADN capaces de auto-replicarse para ir posteriormente ganando funciones complementarias.

Sin embargo, el avance de la ciencia, lejos de ayudarnos a encontrar la solución correcta al enigma de la evolución química de la vida no ha hecho sino ir añadiendo más y más dificultades poniendo de manifiesto, a cada descubrimiento, la inextricable complejidad de los seres vivos y la impotencia de los investigadores para encontrar un modelo convincente. El libro de 1984 “The Mystery of Life´s Origin”, de Thaxton, Bradley y Olsen supuso un aldabonazo que denunció, en términos estrictamente científicos, la inconsistencia de las teorías dominantes en su tiempo sobre tan esencial cuestión. En nuestros días, la obra minuciosa y exhaustiva de Stephen C. Meyer “Signature in the Cell” ha desarrollado un argumento poderoso sobre la dificultad de defender un modelo naturalista de la abiogénesis y ha introducido la necesidad de incluir en cualquier propuesta una solución al origen, no sólo del intrincado rompecabezas físico-químico que representa el más elemental de los organismos vivos, sino también de la propia información genética que gobierna los mecanismos de la vida. Continúe leyendo »

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