may 082012
 

Felipe Aizpun Función de onda de un electrón de un átomo de hidrógeno

Wolfgang Smith se graduó por la Universidad de Cornell en 1948 en física, matemáticas y metafísica y ha proseguido sus inquietudes intelectuales a lo largo de toda su carrera compaginando su quehacer profesional con el estudio y redacción de libros de gran interés. Como ingeniero trabajó en la Bell Aircraft Corporation y es conocido por haber aportado importantes soluciones que permitieron a la postre hacer viables los viajes interespaciales. Como teórico y enseñante en las Universidades de UCLA y Oregon ha colaborado ampliamente en el desarrollo de la geometría diferencial y la física cuántica. Ha publicado diversos trabajos de entre los que sobresalen libros como “Cosmos and Transcendence: Breaking Through the Barrier of Scientistic Belief”, “The Quantum Enigma: Finding the Hidden Key” o “The Wisdom of Ancient Cosmology: Contemporary Science in Light of Tradition”. A algunas de las propuestas de este último libro de 2004 nos vamos a referir más detalladamente.

Smith incide en su libro exactamente en las mismas cuestiones suscitadas por Pigliucci en el artículo que comentábamos en el post anterior: la insuficiencia del modelo explicativo propio de la modernidad ante los nuevos datos aportados por la física cuántica y la necesidad de una ontología capaz de acomodar estas observaciones. La visión reduccionista contemporánea, nos dice Smith, no es un dato aislado; por el contrario, se sustenta en las limitaciones inherentes a las premisas epistemológicas de la ciencia moderna. Y estas limitaciones proceden del postulado de bifurcación establecido por Descartes entre “res extensa” y “res cogitans”, lo que nos obliga a reinterpretar la realidad al margen de este postulado consagrado hace más de tres siglos.

Esta reinterpretación no es otra cosa, por tanto, que asignar de nuevo a las cosas perceptibles existentes (realidades corpóreas) una realidad objetiva al margen del sujeto pensante, unas cualidades esenciales que les pertenecen de manera objetiva, recuperando así una visión esencialista tradicional. El acto de conocer, nos dice Smith siguiendo a Whitehead, no puede ser reducido a un proceso natural, o al mero “ser”. Ser, implica en última instancia “poder ser conocido”. El acto de conocer no es por tanto un proceso de naturaleza espacio-temporal sino una aprehensión instantánea, “fuera del tiempo”.

Una “nueva” ontología tiene que enfrentarse al hecho de la existencia de dos dimensiones diferentes de la realidad, que Smith caracteriza como el mundo corpóreo por un lado, el mundo de las cosas perceptibles, y el submundo de lo estrictamente “físico” por otro, es decir, el ámbito de las estructuras definibles matemáticamente al que nos asoma la física cuántica y que supone la dilución de la materialidad en un ámbito de estructuras y procesos caracterizados por la dualidad, la superposición y como consecuencia, por un indeterminismo relativo.

Smith nos propone la “revolucionaria” idea de la necesidad de recuperar la metafísica tradicional para poder comprender y asumir los nuevos datos de la física cuántica. Se apoya para ello nada menos que en Heisenberg quien ya, en sus “Gifford Lectures” de 1956 dedicó una atención especial a la necesidad de encajar los nuevos datos de la física cuántica, sus resultados experimentales y sus construcciones teóricas, en un marco epistemológico y ontológico adecuado, es un modelo filosófico que aportara un principio fundamental de la realidad y la estructura del mundo material. Según Heisenberg las llamadas “funciones de onda” establecidas como concepto explicativo de las observaciones aportadas por la física cuántica constituirían “una versión cuantitativa del viejo concepto de potencia de la filosofía aristotélica” y los objetos cuánticos serían “una extraña clase de entidades físicas a medio camino entre posibilidad y realidad”. La realidad material por tanto, cunado queremos aprehenderla en su esencia más íntima, escapa a nuestra capacidad racional de comprender como el agua del cesto del conocimiento. Esta visión metafísica que nos sugiere Smith contiene indudablemente elementos para comprender la realidad y el indeterminismo propios del mundo cuántico mucho más consistentes que la caracterización de los eventos desde la mera entronización del esquivo y magicoide concepto de “azar” a la categoría ontológica de causa. Continúe leyendo »

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may 042012
 

Felipe Aizpun Función de onda de un electrón de un átomo de hidrógeno

Los escritos de Massimo Pigliucci pocas veces decepcionan. No solamente es un pensador de gran talento si no que además tiene el buen tino de proponer cuestiones de interés actualizado y de reflexionar sobre aquellas cosas que verdaderamente importan y afectan a elementos esenciales del debate más importante que ocupa a nuestra clase intelectual: el debate sobre los orígenes y la justificación última de la realidad. Quisiera traer hoy a nuestra reflexión periódica un artículo reciente publicado en su blog “Rationally Speaking” bajo el título de “Acerca del reduccionismo fundamentalista”. Una de las características principales de sus posiciones es su comprensión de la naturaleza filosófica (y no únicamente científica, como quisieran muchos) del mencionado debate y la necesidad de una interconexión entre ambas disciplinas. Por eso manifiesta en el citado artículo la importancia de que los estudiosos de la metafísica entiendan y asuman los avances de la ciencia y en especial de la física moderna (algo que según Pigliucci es mucho menos habitual de lo que cabría esperar). No lo reclama de forma expresa, pero podría añadirse, la importancia de que los físicos comprendan la naturaleza y el peso de los condicionantes metafísicos de sus propuestas e interpretaciones de la realidad. Algo también menos habitual de lo deseable habida cuenta de la proliferación de iluminados en los últimos tiempos (véase el caso reciente de los libros de Hawking o Lawrence Krauss proclamando la posibilidad de explicar la emergencia del Universo a partir de la nada y despreciando de manera explícita el conocimiento filosófico). El propio Pigliucci se exaspera ante tamaño dislate como podemos ver aquí.

El artículo al que nos referimos, en torno al reduccionismo fundamentalista, trata de la incidencia de los descubrimientos de la física cuántica sobre el modelo de explicación de la realidad que ha venido imperando en los últimos tres siglos, desde el advenimiento de la modernidad y la Ilustración y las conclusiones comprometidas a que tales descubrimientos han llevado a algunos de nuestras más ilustres cabezas pensantes. Pero antes de comentar un asunto de cierta aridez como éste, vale la pena que hagamos una pequeña introducción teórica para mejor comprender el comentario de Pigliucci, y consecuentemente la crítica que del mismo resulta pertinente realizar.

La búsqueda y el avance en el conocimiento humano se desarrolla en el seno de un modelo explicativo de la realidad, y dicho modelo tiene necesariamente dos dimensiones que deben complementarse, una estrictamente científica que nos cuenta cómo son las cosas y cómo se comportan, y otra filosófica que nos presenta hipótesis sobre “qué” son esas cosas y nos intenta justificar su existencia y el sentido del cambio observado en dicha realidad.

Pues bien, el modelo científico heredado de la revolución intelectual de los últimos siglos no es otro que el modelo iniciado por Galileo y consagrado por la mecánica de Newton. Básicamente viene a explicarnos el mundo como un gran mecanismo gobernado de forma determinista por leyes inamovibles. El estado inicial, cualquiera que fuese su origen o causa, implica la existencia de una base material elemental (es esencialmente atomista) y dicha materia fundamental tendría la capacidad de agruparse bajo el gobierno de las mencionadas fuerzas naturales para conformar las entidades corpóreas conocidas. Cada evento determinista podría ser predicho conocidas las circunstancias inmediatamente anteriores. Un estado inicial, y las leyes naturales, constituyen la referencia explicativa suficiente de todo lo existente. Continúe leyendo »

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ago 282010
 

Felipe Aizpún

Una de las cantinelas con las que se pretende combatir el empuje dialéctico del movimiento del DI es su asimilación inmerecida con el creacionismo literal bíblico. Este movimiento religioso minoritario que se da en algunas comunidades religiosas, tanto cristianas como judías, propugna una interpretación literal de los libros sagrados que asignaría una edad máxima de 6.000 años a la Tierra, defendería la verdad histórica del diluvio universal o  implicaría una concepción fijista en cuanto a la creación de los seres vivos. Se trata de un planteamiento que postula verdades científicas sobre la base del mensaje revelado lo que evidentemente transgrede de lleno las reglas elementales del discurso racional.

Por supuesto el DI nada tiene que ver con esta corriente por más que repetidamente se intente minar su fortaleza repitiendo que no es otra cosa que “creacionismo disfrazado”. Una de las formas más claras de entenderlo es remontarnos a los orígenes de la inferencia de diseño en la historia del pensamiento humano, nada menos que 500 años antes de Cristo, y recordar a su primer proponente, el filósofo helénico Anaxagoras. Originario del puerto jónico de Klazomenai, Anaxagoras se instaló en Atenas desde joven donde enseñó filosofía durante 30 años contando entre sus discípulos al mismísimo Pericles, el gran estadista. En aquella época el pensamiento griego se encontraba en plena ebullición y la creatividad de sus protagonistas iba desgranando paulatinamente profundas intuiciones metafísicas que buscaban agrandar el conocimiento racional de la realidad y encontrar las causas últimas que la justificasen.

Parménides había establecido la necesidad de concebir el Ser como algo intemporal e inmutable, ya que de la nada, nada puede salir. Otros pensadores habían creído encontrar en los cuatro elementos (aire, fuego, agua y tierra) el sustrato último de todo lo real. Empédocles por su parte había añadido a ello la necesidad de encontrar un principio que justificase el cambio y la diversidad y pluralidad de las cosas y propuso el amor y el odio como fuerzas que actuando sobre las cosas materiales provocan su armonía o su desencuentro explicando así la mutabilidad del mundo material que nos alberga.

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ago 162010
 

Por Cristian Aguirre


“En este momento parece que la ciencia nunca podrá levantar la cortina sobre el misterio de la creación. Para el científico que ha vivido de su fe en el poder de la razón, la historia termina como una pesadilla. Ha trepado por las montañas de la ignorancia, está a punto de conquistar el pico más alto, y conforme se encarama sobre la última roca, le da la bienvenida un grupo de teólogos que llevan allí sentados durante siglos”. Robert Jastrow. “Dios y los Astrónomos”. 1984

Esta pesadilla expone de manera elocuente el profundo desagrado que surge en la mente de muchos científicos, cuando en el curso de una investigación científica, es necesario o inevitable tener que abordar, tarde o temprano, una implicación metafisica.

Esto es como extender una plataforma en el vacio. No hay apoyos por donde seguir. Por lo tanto, si fuera posible nunca encontrarlas y se pudiera comprobar que la ciencia en cada caso siempre pudiera explicarlo todo sería más satisfactorio. Pues al fin y al cabo ¿Por qué tendría que existir lagunas de explicabilidad en nuestro cosmos? ¿Por qué la naturaleza no puede ser completamente explicable por si misma?

En cierta ocasión Albert Einstein dijo:

“Lo enteramente incomprensible del mundo es que sea comprensible.”

De hecho en gran medida nuestro mundo se hace entendible y ordenado. Sabemos y confiamos que hay fenómenos posibles e imposibles de acuerdo a leyes físicas y matemáticas más no a misterios y caprichos mágicos inexplicables. Por todo ello los cientificos tienen, muy al margen de su sumisión al naturalismo metodológico, un rechazo generalizado a todo lo que pueda escapar a esta explicabilidad.

Sin embargo, ¿Todo lo puede explicar la ciencia?

La ciencia se ha desarrollado para encontrar las relaciones causales que expliquen cómo se comportan los elementos de la naturaleza. Y para lograr dicha explicación se necesita haber encontrado cuales son las reglas fisicas y matemáticas que guian la evolución o comportamiento de dichos elementos. Si no descubrimos dichas leyes (reglas) no podemos explicar la fenomenología. Por lo tanto, la ciencia ha trabajado arduamente en la delucidación de dichas leyes para explicar el mundo.

Ahora bien, tenemos que reconocer que el cosmos es un escenario con elementos y reglas (leyes) donde los fenómenos que se producen en él son producto de tres elementos:

  1. Las leyes y constantes físicas.
  2. Los elementos físicos fundamentales.
  3. La energía.

La ciencia puede, considerando a estos tres tipos de elementos, explicar los fenomenos del mundo, pero no puede explicar a su vez a estos elementos. A no ser que se remita a elementos de fuera del escenario cósmico. ¿Pero hay algo fuera de nuestro universo?. Continúe leyendo »

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