may 132012
 

Felipe Aizpun

En su reciente libro “A Universe from Nothing” (Un Universo de la Nada), el físico de la Universidad del Estado de Arizona Lawrence Krauss vuelve a recordarnos que la Naturaleza “parece” mostrarnos una huella apabullante de diseño por doquier. Dice Krauss: “La apariencia de un propósito es quizás el espejismo más generalizado en la Naturaleza al que la ciencia tiene que enfrentarse a diario. A donde quiera que miremos parece que el mundo haya sido diseñado para que podamos surgir en él”. Dado que el objeto del libro es defender la auto-creación del Universo desde la nada en el más estrafalario monumento a la sinrazón materialista jamás escrito, no es de extrañar que añada poco más adelante lo siguiente: “Y por lo que se refiere a la diversidad de la vida en la Tierra, tal como Darwin describiera hace más de 150 años y los experimentos han confirmado desde entonces, la selección natural puede justificar la diversidad y el orden de las formas biológicas en evolución sin necesidad de un plan que lo gobierne”. Lo cuál se suma a la famosa sentencia de Dawkins de que la biología es el estudio de cosas complejas que parecen haber sido diseñadas para un propósito (pero que no lo han sido).

El problema es que la observación experimental, en contradicción con lo que afirman tan a la ligera Krauss y Dawkins no ha podido nunca documentar ningún ejemplo de especiación, es decir, ninguna auténtica evolución de “formas biológicas” tal como expresamente señala el físico de Arizona, por mecanismos darwinistas. En un reciente post sobre la evolución y el desarrollo sacábamos a relucir precisamente el problema de la forma y señalábamos la absoluta impermeabilidad del paradigma darwinista al problema de la justificación de la forma biológica. En este post comenzaremos a reflexionar sobre si existen soluciones al problema de la forma, no sólo ya en el marco del paradigma darwinista (que no las hay) sino incluso en el más amplio marco de una teoría naturalista más comprensiva del fenómeno evolutivo. Lo que se trata de estudiar es si el diseño aparente en la Naturaleza debe reivindicarse como un diseño realmente originado en una causa inteligente o si por el contrario, existen datos suficientes aportados por la observación empírica que permiten afirmar que la complejidad y organización de los seres vivos pueden haber surgido de manera fortuita. Nos serviremos para ello de recientes trabajos de dos autores que se adscriben de manera decidida en esta perspectiva naturalista, Richard C. Francis, neurobiólogo de formación y escritor científico autor del reciente libro “Epigenetics, The Ultimate Mystery of Inheritance” y el más conocido Massimo Pigliucci promotor y editor del libro “The Extended Synthesis”; ambos autores han afrontado precisamente el problema de la explicación del origen de la forma biológica y de la causación genotipo-fenotipo. Continúe leyendo »

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ene 052012
 

Felipe Aizpun

La Universidad de Navarra es una de las instituciones de enseñanza más prestigiosas en el seno de la Iglesia Católica. Promueve una página denominada “Ciencia Razón y Fe” dedicada a publicar artículos y comentarios en torno al siempre vibrante tema de la conciliación entre ciencia, religión y filosofía. Fundada en su momento por el recordado Profesor Mariano Artigas, desde su fallecimiento es D. Santiago Collado el máximo responsable de su línea editorial y autor de algunos de sus artículos, y en especial de los que se han ocupado de valorar el actual debate en torno al evolucionismo y el papel en el mismo de las teorías del Diseño Inteligente (DI). De sólida formación tanto científica como filosófica al igual que su predecesor, D. Santiago Collado ha venido manteniendo un criterio de contemporización con la comunidad científica en relación al modelo del evolucionismo darwinista así como una actitud poco entusiasta en torno a los escritos del movimiento del Diseño Inteligente, lo que encaja por otra parte de forma armoniosa con sus estrechas relaciones con la controvertida Fundación Templeton que ha financiado alguno de sus proyectos de investigación. En algún otro momento ya nos hemos pronunciado sobre lo que consideramos una representación equivocada por su parte de los argumentos del movimiento del DI y como consecuencia, una valoración científica y filosófica inadecuada del mismo. Pues bien, en este artículo fechado en 2010 pero recientemente incorporado a la página mencionada, Collado parece persistir en sus planteamientos, en mi modesta opinión, claramente desafortunados.

Collado comienza su artículo exponiendo una relación de diferentes enfoques intelectuales en relación al debate del evolucionismo y sus posibles implicaciones filosóficas y religiosas. La introducción resulta ya decepcionante por cuanto que parece asumir como un dato pacíficamente aceptado la supremacía del paradigma darwinista y del hecho evolutivo tal como lo describe la Teoría Sintética Moderna a la que considera plenamente vigente, si bien necesitada de algunos retoques para acomodar recientes descubrimientos. Este planteamiento mantiene la confusión, ampliamente extendida en el debate desde hace décadas, entre evolucionismo y darwinismo, obviando que el paradigma dominante no es en realidad otra cosa que una teoría explicativa del hecho evolutivo (una más) en términos de mecanismos y causas puramente naturales, y que la discrepancia con el mismo no implica en absoluto rechazar el hecho evolutivo en sí ni apostar por un modelo fijista de la aparición de las especies. Continúe leyendo »

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oct 072011
 

Felipe Aizpún

Una de las facetas más decepcionantes del libro de Shapiro es su tratamiento del problema de la información genética, su naturaleza, su origen y las implicaciones filosóficas que lleva consigo. Es cierto que Shapiro, tanto en la presentación de su libro como en su contenido hace mención a la necesidad de incorporar a la biología del siglo XXI una perspectiva, así como herramientas conceptuales propias de la ciencia de la información; sin embargo estos avisos no son adecuadamente desarrollados ni justificados en el texto del mismo. No hay una referencia al carácter y la naturaleza de la información genética. No nos aclara si nos está hablando de la información en el sentido tradicional y falto de contenido semántico propio de la teoría de la información de Shannon o si le adscribe un carácter funcional al estilo de la información prescriptiva de Abel. Y sobre todo no aborda ni de refilón el problema esencial, el del origen de la información biológica (es decir, la generación de las secuencias genéticas con valor semántico) que permite prescribir las nuevas formas biológicas a lo largo de un hipotético proceso de transformación de los organismos vivientes. El problema del origen de la información biológica, y su imposible justificación en términos estrictamente naturalistas, no lo olvidemos, fue exhaustivamente tratado por Stephen Meyer en su monumental “Signature in the Cell”. Shapiro no se da por aludido.

Otra perspectiva que Shapiro declina comentar en absoluto es la de la semiótica de la vida. Sabemos que muchas funciones biológicas son desempeñadas mediante procesos de naturaleza semiótica que implican correspondencias arbitrarias entre mundos inconexos que no están determinadas por relaciones físico-químicas, siendo la más conocida de estas relaciones la que denominamos código genético y establece la conexión entre las secuencias de nucleótidos del ADN y los aminoácidos en la síntesis de las proteínas. Sabemos además que existen una variedad más de funciones que pueden ser descritas igualmente según las características propias de códigos de idéntica naturaleza formal. Marcello Barbieri, en su libro “The Organic Codes” da cuenta de hasta cerca de 20 códigos orgánicos diferentes. Continúe leyendo »

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ago 292011
 

Felipe Aizpún

Toda la filosofía biológica de Kant, desplegada de manera sorprendentemente actual en la tercera de sus críticas (Crítica del Juicio, 1790) discurre como un ejercicio de tensión nunca resuelta entre el Principio Mecanicista (PM) y el Principio Teleológico (PT). Kant es heredero de la tradición filosófica y científica de las corrientes de pensamiento europeas de su tiempo, el racionalismo cartesiano por un lado y el empirismo anglosajón por otro. Ambos movimientos coinciden en postular una explicación mecanicista (o por las causas eficientes) del mundo y la Naturaleza y así, en su Crítica de la Razón Pura, Kant se adscribe decididamente a esa visión mecanicista de tipo newtoniana. Kant defiende igualmente el naturalismo metodológico, es decir, el principio de que la labor del científico y del filósofo es proporcionar explicaciones naturalistas para los eventos observables.

Este naturalismo kantiano condicionará de forma definitiva su capacidad de indagación en torno a los eventos más significativos como la vida y la transformación de las formas vivas, si bien es preciso recordar que Kant, hombre de profundas convicciones religiosas, nunca propugnó un decidido naturalismo ontológico sino una mera cautela por cuestión de método.

Por otra parte, es necesario reseñar que la filosofía kantiana participa también de un concepto esencial de reminiscencias netamente aristotélicas: la diferencia entre objetos naturales y artefactos. Recordemos que los artefactos, objetos compuestos de partes que realizan una función, fruto de la humana invención y construcción, presentan la característica principal de estar compuestos por partes que han sido acomodadas para desempeñar una función que no es la que corresponde a su propia naturaleza. Su finalidad natural ha sido forzada para servirse de ellas con el propósito de obtener una utilidad determinada: así por ejemplo el famoso reloj de William Paley.

Frente a ellos los organismos naturales presentan una condición que difiere de manera esencial en un aspecto (entiende Kant por representantes de esta categoría especial de huéspedes de la Naturaleza a los organismos que son capaces de regenerarse, desarrollarse y reproducirse). Se trata de organismos que presentan una finalidad que no viene impuesta desde fuera, al menos de manera aparente, sino que emerge desde dentro del propio organismo. De forma significativa, Kant se refiere a ellos de forma casi exclusiva, a lo largo de su obra denominándolos “seres organizados”. La organización, y no el mero orden, se convierte así, ya desde Kant en el elemento diferenciador de la vida. Las partes de estos seres organizados no han sido acomodadas desde fuera sino que pertenecen al organismo de forma natural, han nacido en él y con él, contribuyendo desde el inicio a su formación. En un organismo vivo, la forma, la propia existencia y la actividad de las diferentes partes, surgen, es decir, están causadas por el todo, el cuál a su vez adquiere su identidad y se conforma por el conjunto y la acción de sus partes. Las partes se van conformando en el proceso de desarrollo embrionario, es decir, de formación del organismo como un todo, de forma que las partes y el todo son a un mismo tiempo fin y medio, según lo expresara de forma gráfica el propio Kant: “las partes se combinan en la unidad de un todo de manera que son recíprocamente causa y efecto de sus formas respectivas”. Continúe leyendo »

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