Neotomismo, mecanicismo y diseño inteligente Parte 3

Mecanicismo y vitalismo. (3)

aquinasLa revolución científica del Siglo XVII. La escolástica de carácter aristotélico tomista, el escotismo y el nominalismo fueron sin duda importantes movimientos intelectuales en la Edad Media, pero en la cultura general de los últimos siglos de ese período, emergen otras preocupaciones y corrientes de pensamiento, las tendencias místicas y neo platónicas se hacen sentir con un recrudecimiento del pensar en fuerzas que impregnan todo lo existente, la alquimia y la astrología toman ímpetu. Las explicaciones tradicionales se debilitan, el realismo y esencialismo de la escolástica sufre las críticas corrosivas del nominalismo. En el Renacimiento y el humanismo se nota la centralidad y la originalidad con que se piensa al hombre y a la naturaleza. El espíritu del tiempo se prepara para nuevas formas de pensar que llevan finalmente a la erupción de la llamada revolución científica del Siglo XVII.

Son numerosos los estudiosos y científicos que participan de esta nueva visión científica del mundo, entre los que no se puede dejar de mencionar Nicolaus Copernicus (1473-1543), Francis Bacon (1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642), Johannes Kepler (1571-1630), Thomas Hobbes (1588-1679), pero es fundamentalmente el filósofo René Descartes (1596-1650) el que formula una concepción elaborada y diferente de la naturaleza a la heredada del aristotelismo y del Tomismo. La filosofía de la naturaleza mecanicista y la ciencia mecanicista que entonces emergen, evolucionan conjuntamente en el siglo XVII. Descartes en su afán por encontrar ideas claras y distintas para obtener certeza, va a modificar la filosofía de la naturaleza y dar un impulso a la ciencia física de su tiempo, identificando primero la física con la geometría, y luego con la mecánica.

Descartes sostiene que para explicar los fenómenos naturales hay que basarse en “hechos” irrefutables y/o en observaciones extraídas mediante la reflexión racional de los aspectos fundamentales de la realidad; esto es, lograr ideas claras y distintas, principios básicos de carácter metafísico que fundamenten las conclusiones (1). Se trata de un procedimiento empírico, racionalista y también deductivo, que poco tiene que ver con el utilizado por la ciencia contemporánea, empírico-teórica sin pretensiones metafísicas. Esta metodología cartesiana, no varía mucho de la aristotélico-Tomista, pero el filósofo llega a conclusiones muy diferentes. Descartes, y los intelectuales de la revolución científica, dejan de lado la causa formal y la causa final en el entendimiento del comportamiento de los objetos naturales, por considerarlos como explicaciones más bien retóricas, insuficientes para explorar, cuantificar y manejar el mundo material observable; la teleología o causa final explica la organización de las estructuras, desde su propósito o meta, así, la visión es la causa de las estructuras oculares, la causa eficiente sigue a la ‘causa final’. Se retienen la causa material y la causa eficiente; sin embargo, con el desarrollo de la ciencia moderna, la causa material se pospone por considerarse un concepto metafísico, más que científico. Al desmenuzar las cuatro causas aristotélico-tomista, y eliminar claramente dos de ellas, se desbarata la teoría ontológica que funciona como una unidad de interacciones causales, dejando un remanente superficial de causa eficiente, que en ausencia de la causa final y formal queda reducida a una causa ciega, sin meta ni propósito. Como consecuencia se descarta en ciencia la noción filosófica de “forma sustancial” que soporta las cuatro causas. Se podría decir que el conocimiento científico se centra en los ‘accidentes’ de la sustancia, particularmente el movimiento y la extensión.

Naturaleza de los cuerpos. Para Descartes (2:149. Citado en ref. 3): “La naturaleza del cuerpo no consiste en el peso, la dureza, el calor o cualidades semejantes sino en la sola extensión. Al proceder así, percibiremos que la naturaleza de la materia, o del cuerpo considerado en general, no consiste en ser una cosa dura, pesada, coloreada o que afecte de algún modo los sentidos, sino tan sólo en ser una cosa extendida en largo, ancho y profundidad.” [res extensa] De esta manera los cuerpos se hacen susceptibles de medición, y la extensión permanece siempre la misma, no importando el tamaño, forma, ni aspecto de los cuerpos naturales, solo varía su magnitud. Con esta conceptualización Descartes elimina todo tipo de cualidades, que en la concepción de la naturaleza de esa época, se atribuían a la causa formal, conformando todo objeto natural, prestándoles naturaleza y propiedades intrínsecas. Para Descartes es a través de la matemática como se descubren las propiedades reales de los cuerpos; es interesante notar cómo una concepción de forma –la aristotélica/Tomista–, es reemplazada por otra, la matemática, sin duda muy precisa, pero, externa, estrecha, ontológicamente superficial, y lo más significativo, sin ninguna meta que de sentido y orden para la emergencia de estructuras complejas como las biológicas.

Visión cartesiana de la naturaleza. Descartes remplaza la visión aristotélica de la naturaleza como ordenada, cualitativa, jerárquica e inminentemente intuitiva que dividía la totalidad natural en una zona superior: ordenada y perfecta, la de los cielos; y otra zona inferior -terrenal-, sometida a transformación y descomposición. Para Descartes, la materia en el universo es una sustancia única, homogénea y extensa; sin propiedades intrínsecas, ni vacío alguno, y sin influencias espirituales; la materia y lo espiritual constituyen dos sustancias distintas (dualismo cartesiano). Descartes identifica el lugar que ocupan los cuerpos materiales con el espacio, rechaza la existencia de un espacio independiente de la materia, e igualmente rechaza la independencia del tiempo de los sucesos físicos. El lugar también lo identifica con la extensión que es para Descartes la propiedad esencial de la materia. La materia es única en todo el universo, y se puede dividir, generando así –en combinación con el movimiento–, distintas apariencias, como: cuerpos duros y macizos, blandos y flexibles, y también cuerpos sutiles imperceptibles que llenan lo que parece vacío; el filósofo no acepta la existencia del vacío. Descartes no es ‘atomista’, puesto que postula la divisibilidad sin límites de la materia sin alcanzar una unidad indivisible: átomo; la materia se divide en corpúsculos que se ensamblan de acuerdo a sus distintas formas y tamaños, por esta razón, esta visión cartesiana se conoce como “mecanicista” o “corpuscular”.

El movimiento en Descartes. El problema que generaría el movimiento en un cuerpo sólido homogéneo sin vacío, es resuelto por Descartes con la concepción del movimiento como circular, en el que participan los cuerpos adyacentes, se trata de un movimiento conjunto que no genera vacío alguno; y, además, si los cuerpos duros dieran la apariencia de dejar vacío al moverse, este no es tal, pues allí se encuentra lo material en forma sutil. Esta materia sutil es la que posibilita la trasmisión de la luz, que para Descartes es el resultado del pulso o presión de esta materia. (3)

Para Descartes la materia además de ser homogénea y divisible, se caracteriza por estar sujeta al movimiento. El movimiento de las partes materiales, de acuerdo a las leyes generales que lo rigen, es capaz de ordenarlas por más caótico que se pueda imaginar su estado. L. R. Herrera (3) puntualiza el significado de estas leyes: “… la necesidad física de tales leyes se impone sobre el indeterminismo o la irracionalidad, imposibilitando, de esta manera, lugar alguno para fuerzas o acciones distintas a la necesidad natural.” Descartes reconoce a Dios como creador de estas leyes, que el filósofo llama naturales, y también su mantención, pero firmemente sostiene que funcionan independientemente de la acción directa de Dios. Según Leticia Rocha (3), Dios se convierte para Descartes, en la condición de posibilidad que aporta sentido y validez al mundo, pero el movimiento observado en él, es solo resultado de estas leyes. Sin embargo, es importante tener presente que Descartes no explica el origen del movimiento, lo deja a Dios: “Dios es la primera causa del movimiento, y conserva siempre la misma cantidad de movimiento en el mundo” (4; II). Tampoco explica como esas leyes naturales puedan ser responsables de la inmensa y sutil complejidad del mundo. La naturaleza: materia y leyes naturales, está separada de la acción divina inmediata, es independiente, autónoma; la naturaleza se basta a sí misma: naturalismo ontológico (aunque todavía se conserva a Dios como creador del mundo, del movimiento y de sus leyes).

Leyes naturales y movimiento. Descartes desprende las leyes naturales del primer principio: la inmutabilidad divina, esta deducción es a priori (no por inducción). Las leyes de la naturaleza son tres, y constituyen para Descartes “las causas segundas para todos los movimientos”; de este modo, el núcleo de la física queda constituido por las leyes del movimiento, esto es, las leyes naturales. La primera y fundamental ley propuesta por Descartes es la ‘ley de la inercia’: “cada cosa permanece en el estado en que se encuentra, si nada la cambia.” (4; II) Nada cambia en los estados de la materia (forma, tamaño, movimiento, etc.), si no es causado por una resistencia o choque de otro trozo de materia en movimiento; una vez iniciado el movimiento (traslado de un cuerpo), no cesa ni tiene meta. La segunda ley de la naturaleza para Descartes es la ‘ley del movimiento rectilíneo’: “Todo cuerpo que se mueve tiende a continuar su movimiento en línea recta” (4; II); el movimiento continúa hasta que encuentra una resistencia que lo cambia. Estas dos leyes están relacionadas. Como consecuencia de estas leyes naturales los cuerpos no se mueven espontáneamente a su ‘contrario’, del reposo al movimiento, o viceversa (concepción tradicional). Nada ocurre de por sí, todo obedece a causas naturales, con lo que se establece claramente el determinismo en la dinámica de la naturaleza. Gracias a este determinismo causal, se puede determinar objetivamente el curso y dirección de los acontecimientos naturales.

Leticia Rocha en su tesis acerca de Descartes y la filosofía mecanicista, señala que esta concepción cartesiana de la naturaleza, rompe la idea tradicional de movimiento, heredera de los conceptos metafísicos de Aristóteles. Según esta autora: “La física tradicional concibió el movimiento como una tendencia o actualización de las propiedades inherentes de los cuerpos.” (3) En esta concepción clásica, el movimiento ocurre como un proceso con dirección y meta, gracias a la fuerza motriz propia de las condiciones inherentes de los cuerpos; este proceso motriz teleológico se estructura en vista a la presencia de un punto de referencia fijo: la Tierra.

Con Descartes desaparece la idea de un punto de referencia que otorga sentido y meta al conjunto de cuerpos que interactúan, y se mueven unos con respecto a otros en el mundo. La concepción estratificada y fija del universo de influencia aristotélica, es reemplazada por Descartes, por una unidad física en movimiento siguiendo exclusivamente las leyes naturales (ausencia de la causa final). Como ya hemos mencionado, las propiedades sensibles y las propiedades inherentes de los cuerpos son eliminadas en la visión cartesiana de la naturaleza (ausencia de causa formal). Las propiedades sensibles de los cuerpos naturales, posibles por la causa formal propia de la constitución ontológica de estos cuerpos, pasan a ser en la visión cartesiana, meros fenómenos subjetivos producidos por el impacto de los objetos materiales en el ser humano (alma), no son propios de la materia.

Al eliminarse el conocimiento físico de los cuerpos, particularmente sus propiedades inherentes, el movimiento queda reducido a ser producto de ‘choques’ de partículas o segmentos materiales, y al matematizarse, se transforma en una simple abstracción matemática. De modo similar, el cambio de lugar de un objeto –traslado–, al eliminarse el punto de referencia fijo que le da sentido y orden al movimiento natural del mundo, deja a todo movimiento dependiente solamente de las referencias arbitrarias que se consideren; por ejemplo, un navegante, puede considerar su movimiento con respecto al agua o al barco o al firmamento, etc. (3) Por consecuencia, con los movimientos naturales sin teleología, sin causa final, sin propósito, desaparece la concepción de diseño en la naturaleza, que había sido tan significativa para la Edad Media. Y la visión de la dinámica natural se reduce a materia en movimiento, dependiente solo de ‘choques’, sin meta ni sentido, lo que se denomina concepción mecanicista del mundo, que queda reducido a una ser una máquina en movimiento.

La tercera ley propuesta por Descartes es la ‘ley de la transmisión del movimiento’. Esta ley es básicamente un principio de conservación del movimiento en el mundo. La cantidad de movimiento no se pierde, ni aumenta en las interacciones de la totalidad de los cuerpos; permanece siempre igual. No así, los cuerpos considerados individualmente o en grupos, que pueden ganar o perder movimiento según choquen con cuerpos mayores o menores.

Descartes pensaba que con sus principios y leyes básicas se podía explicar la configuración del mundo observado, y como consecuencia de estas leyes el filósofo propuso la circularidad del movimiento, que no elimina la segunda ley del movimiento rectilíneo, pero que en la totalidad de lo existente, el conjunto tiende a moverse en círculos. La combinación de la tendencia al movimiento rectilíneo de los cuerpos individuales con la circularidad del conjunto debido a las resistencias de la materia, forma en el universo, vórtices o torbellinos. Esta teoría de los vórtices que intentaba explicar el movimiento estelar, era claramente incapaz de dar cuenta de las leyes de Kepler de la dinámica celeste, y de hacer predicciones observables (se puede decir que fue producto de un racionalismo especulativo).

Mecanicismo ‘clásico’. La visón de Descartes de la naturaleza se caracteriza por ser (ontológicamente) ‘materialista’ (materia e impulso inicial divino: movimiento) sin ninguna participación espiritual actual y desprovista de propiedades inherentes; y ‘determinista’ en sus interacciones: colisiones, contacto directo (todo efecto tiene una causa física). Las variaciones que se observan en los objetos naturales son consecuencia del arreglo y movimiento de sus partes corpusculares; sus propiedades cualitativas, son meros aditivos subjetivos. Nosológicamente esta tesis es una aproximación reduccionista al estudio de la naturaleza, en cuanto basta conocer las partes físicas y sus interacciones mecánicas para conocer los fenómenos reales. Estas características constituyen el núcleo de lo que se conoce como “mecanicismo clásico” (filosofía mecánica) del siglo XVII. En esta visión cartesiana, se ha dicho, la realidad se asemeja a una “máquina”, por lo que por mucho tiempo se utilizó el reloj como el paradigma de máquina en el entendimiento de la naturaleza; pero estos paradigmas: maquina y reloj, son inapropiados y generan confusión, ya que son artefactos creados por el ser humano, son productos de una inteligencia que los diseña con fines específicos, lo que no es precisamente la visión cartesiana de la dinámica de la naturaleza.

La concepción mecanicista de la naturaleza es compartida por muchos autores de la época, y su influencia se prolonga por siglos, aunque naturalmente con variaciones y modificaciones en numerosas áreas, como el plenismo-vacuismo espacial, el atomismo-divisibilidad de la materia, y las propiedades inherentes de los objetos naturales. Descartes, por ejemplo, criticó la física de Galileo Galilei (1564-1642) por falta de base firme metafísica, en una carta a Mersenne de 1638 (citado #5), escribe: “…sin haber considerado las primeras causas de la naturaleza, ha solo buscado explicaciones a unos pocos efectos particulares, y ha construido así, sin fundamentos.” El alcance de esta crítica de Descartes a Galileo, se entiende bien si se considera que su afán primordial era encontrar la verdad metafísica de la ciencia; Galileo por el contrario estudió experimentalmente los fenómenos físicos, descomponiendo el movimiento, y sometió los resultados a análisis cuantitativo matemático. Además, este científico utilizó el telescopio para observar la bóveda celeste y mostrar la unidad de los reinos sublunar y superlunar; la observación y la experimentación son aspectos metodológicos importantes para Galileo. La metafísica no constituye un pilar sostenedor de la física de Galileo, la descripción matemática del movimiento es su explicación científica, en otras palabras, la ‘causa eficiente’ queda reducida a la descripción matemática; la teoría de la causalidad metafísica se esfuma del conocimiento científico. Descartes era racionalista, por lo que consecuentemente pensaba que la capacidad de la razón humana podía llevar con certeza al conocimiento los principios metafísicos verdaderos de la naturaleza, incluyendo naturalmente a la ciencia; no obstante, su tesis no es completamente metafísica, ya que incluye aspectos empíricos. Con el desarrollo ulterior de la ciencia, la posición de Galileo prevalece.

Antecedentes históricos del ‘mecanicismo’. La concepción mecanicista del mundo no aparece de novo con la llamada ‘revolución científica’ del Siglo XVII, ya se encuentra en el mundo griego con los filósofos atomistas, principalmente Demócrito y Epicuro (Siglo V, y IV-III AC). Para estos filósofos la realidad está compuesta de unidades –átomos-, que se mueven en el vacío, ambos eternos, no creados; los átomos son concebidos indivisibles, homogéneos, y solo varían cuantitativamente (tamaño, forma); su acción es por contacto, y la formación de los cuerpos es por mero ensamblaje gracias a las distintas formas y tamaños. Con esta concepción se tiene un sistema mecanicista y determinista, sin azar, ni ninguna intervención externa. Epicuro más tarde consultó el indeterminismo para el alma humana para explicar su libertad, conservando el determinismo en la naturaleza (en este sentido es similar a la tesis de Descartes). (5:88-9. 6) Incluso se cita al naturalista fenicio Mochus, que postulaba una teoría atómica para explicar los fenómenos de la naturaleza, siglos antes que los filósofos griegos. (7)

Las similitudes de la concepción de los atomistas griegos y la visión presentada por Descartes son notables, sin embargo hay una diferencia muy significativa. La tesis griega está formulada en términos metafísicos, en cuanto no permite predicciones empíricas, ni se puede contrastar con la experiencia. En cambio la tesis de Descartes, aunque fundamentada en principios metafísicos, su ontología se puede separar de otros elementos de la visión cartesiana que están sometidos a la experiencia por ser tan variados y no poder ser explicados directamente por los principios metafísicos, y además, según Aísa (5:90), esta ontología, tomó un carácter heurístico que se incorporó con los demás componentes de la tesis en un programa de investigación mecanicista en el siglo XVII. La tesis cartesiana permitía entonces, contestaciones empíricas a nivel bajo, y hacer algunas predicciones menores de fenómenos naturales.

El ‘mecanicismo’ después de Descartes. El modelo propuesto por Descartes no fue seguido con fidelidad por los científicos de su época, ni tampoco por los que le sucedieron posteriormente. Se pueden constatar diferencias metodológicas y distinto valor otorgado al núcleo metafísico del sistema cartesiano, pero todos continúan con la concepción mecanicista básica que caracteriza la visión de Descartes. Robert Boyle (1627-1691) da importancia al experimento replicable y a los hechos, usa un método más bien inductivo, pero no carente de hipótesis en el logro de sus tesis; se aleja de la búsqueda de la verdad metafísica y enfatiza el movimiento frente a la materia. Sus teorías tienen para él un valor más conjetural que metafísico. Christiaan Huygens (1629-1695), según Aísa, este físico pone la razón al servicio de la experiencia, y: “Ofrece el primer ejemplo de ciencia liberado de los prejuicios escolásticos.” (5:120) Se le considera el eslabón entre Descartes y Newton. Huygens sigue siendo mecanicista al estilo de Descartes, pero formula adecuadamente las leyes de choque que su predecesor había equivocado, y además, acepta el vacío.

Es oportuno señalar que la filosofía mecanicista (mecanizar el mundo) y la ciencia mecánica de carácter más empírico y matemático, se desarrollan conjuntamente, y no resulta sencillo diferenciarlas: lo que sí es claro, es que la ciencia se va desarrollando con creciente empirismo y creciente matematización en sus métodos y expresiones, como se constata en Newton.

Isaac Newton (1642-1727). Con Newton la ciencia física experimentó un fuerte desarrollo y cambio con su propuesta de las leyes del movimiento y de la gravitación. Newton contribuye a la ciencia con mayor contenido empírico y precisión, corrigiendo muchas de las insuficiencias de la visión física cartesiana; Descartes, como hemos visto, tenía un interés marcado por las respuestas metafísicas. Muy importantemente, Newton incorpora la noción de fuerza, con la fuerza de gravedad observada en la interacción de los cuerpos, así se asegura que estos cuerpos materiales permanezcan como tales en las colisiones y no se dispersen en fragmentos por falta de cohesión. Además, la fuerza de gravedad permite una explicación teórica que se puede expresar matemáticamente, y resulta muy adecuada para comprender la dinámica de los cuerpos celeste; de este modo, Newton convierte en una dinámica la cinemática (estudio del movimiento sin considerar sus causas) de Galileo. La dinámica newtoniana unifica la mecánica celeste con la balística terrestre, lo que hace posible la demostración del heliocentrismo, con lo que derrumba definitivamente la concepción del cosmos aristotélico. La física de Newton amalgama el empirismo y el racionalismo en una concepción de tipo “corpuscular” (cuerpos partículas, átomos) movidos por fuerzas naturales. La ciencia física, con la teoría dinámica de Newton — precisa y determinista–, va asentarse definitivamente, no solo por su capacidad explicativa y conmensurable, sino también por hacer posible la formulación de predicciones, inicialmente de la dinámica planetaria, y posteriormente, decenios más tarde, guiar el descubrimiento del planeta Neptuno a mediados del siglo XIX. Con Newton se pasa definitivamente de una ciencia para no solo comprender, a una ciencia también para predecir (1. 5).

Newton al postular la acción a distancia de la fuerza de gravedad de los cuerpos, tuvo que soportar la fuerte crítica de los cartesianos que adscribían al mecanicismo sin propiedades inherentes en los cuerpos naturales, estos se movían solo por contactos externos. Newton le asestó un golpe mortal a este aspecto del ‘mecanismo bruto’. Aunque claro está, el movimiento en la teoría cartesiana estaba en todos los cuerpos, y no en el vacío, ni en el espacio absoluto que no existían para Descartes, por lo que se podría considerar al movimiento como una propiedad de los objetos naturales. En todo caso, ante las críticas del cartesianismo, Newton propuso la existencia del éter entre los cuerpos materiales, un fluido sutil que recuerda a la materia también sutil, propuesta por Descartes para llenar todo lo que parece vacío.

La propuesta de Newton de la presencia del éter en el espacio vacío, no es precisamente derivada de la observación ni de la experimentación, sino que por decirlo así, es una deducción racionalista metafísica al estilo cartesiano. Pero al final, Newton abandona esta postura acomodaticia, como explica Diego Aísa: “… cuando rechaza la teoría cartesiana de la luz como pulso o presión de partículas luminosas, y el plenísimo [del espacio] cartesiano, y reclama el vacío, [y] se remonta a la última causa como el objeto final del conocimiento humano, a la que nunca podremos alcanzar, pero sí aproximarnos.” (5:88) Aísa injerta una aclaración de Newton pertinente a este ensayo (Óptica, cuestión 28; primera edición latina de 1706): “Sin embargo, el objetivo de la filosofía natural, es argumentar a partir de fenómenos, sin imaginar hipótesis, y deducir las causas a partir de los efectos hasta alcanzar la primerísima causa que ciertamente no es mecánica.” Es interesante esta declaración de Newton que lo acerca a las dos primeras pruebas de la existencia de Dios de Tomás de Aquino.

Con la incorporación de la gravitación vuelven a aparecer y a considerarse las propiedades inherentes de los objetos naturales, dentro del cuerpo de la ciencia moderna, naturalmente especificadas y por tanto reducidas de su amplitud metafísica original, se recupera el poder causal eficiente en los cuerpos; en lo que se refiere a la causa final, y sentido de la naturaleza, Newton no las hace parte de lo que denominamos ciencia física. Newton, como un hombre de fuertes intereses y sentimientos religiosos, consideró sus teorías al servicio de las metas y fines de Dios, en una mezcla que se puede denominar teleo-mecánica (otro acercamiento a Aquino: quinta prueba); y además, se asistió de la divinidad para sujetar algunas de sus teorías. Este recurso a la divinidad para suplir una ignorancia, fue superada en el continuo desarrollo de la ciencia físico-matemática, particularmente con los trabajos de Pierre Simon Laplace, Mecánica celeste, publicados a fines del Siglo XVIII. Existe la anécdota que cuando Napoleón le comentó a Laplace, que había escrito un largo libro acerca del origen y mecánica del universo sin mencionar a Dios, el físico respondió: “No tuve necesidad de esa hipótesis.” (8)

En la física newtoniana se admite, entonces, una propiedad inherente de la materia: la gravitación. La idea de propiedades inherentes de la materia persiste en la física contemporánea con la postulación de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza. Con Laplace se margina la acción directa de Dios en la visión científica de la naturaleza, se introduce un naturalismo materialista que persiste hasta nuestros días en la forma de naturalismo metodológico. Este giro no va a significar que los científicos no tengan sus propias creencias religiosas o, que no puedan ver la ciencia en el marco de sus convicciones religiosas en las que sus conocimientos alcanzan máxima comprensión, pero la ciencia en sí, se espera, y ahora se exige, recurra en sus explicaciones exclusivamente a la naturaleza, concebida primariamente regida por las leyes de la física.

Fin de la metafísica explícita en ciencia. El desarrollo de la física moderna impulsada por Newton está íntimamente ligado al uso creciente de las matemáticas, a las que Descares le otorgó gran importancia, pero no desarrolló adecuadamente por su orientación metodológica metafísica que buscaba los primeros principios para apoyar su visión ‘profunda’ de la naturaleza. Las matemáticas operan buscando medidas y proporciones, en cambio los filósofos de la naturaleza intentan un ‘verdadero’ entendimiento de los primeros principios de la realidad. Con Newton se cumple la matematización de la ciencia, y también la mecanización de la física. (Sin la acción directa de “choques). Es importante señalar que Newton no separó la ciencia física propiamente tal, de la filosofía de la naturaleza; Newton habló de diseño en el mundo y de causas segundas que llevan a la causa primaria: Dios, e incluso pensó que Dios intervenía de cuando en cuando para mantener las orbitas planetarias como correspondía. Con Laplace se elimina el recurso a lo sobrenatural en física, y se puede decir que la ciencia física va a desarrollarse en un curso independiente, separado de la filosofía de la naturaleza, aunque muchos científicos pudieran tenerla presente en su comprensión del mundo. La mecánica pasa a ser el modelo de ciencia, y su base.

La idea del azar como un componente en la organización de la materia comienza a emerger para complementar el mecanicismo desposeído de principios organizadores. Newton lo evita y recurre a las creencias tradicionales de la religión, pero el azar permanece latente en el seno del mecanicismo. No es entonces de extrañar que Darwin lo tome más tarde, como un componente fundamental de su teoría evolutiva. El azar junto a las leyes de la naturaleza en las condiciones iniciales de la evolución universal van a pasar a explicar la formación de sistemas complejos, como el sistema solar y la aparición y desarrollo de los seres vivos. Con esta concepción, se revierte la noción tradicional de la proporcionalidad de la causa, que debe ser mayor que el efecto; con la modernidad, la complejidad y el orden van a emerger de lo simple y del desorden por mero azar.

De esta manera, la física moderna se desarrolla en contraste con la visión escolástica de la naturaleza, que estaba latente en Descartes. Pero curiosamente, la física va a contar definitivamente con propiedades inherentes de la materia con la idea general de fuerza (cuatro fuerzas elementales), que recuerda las propiedades causales de la materia (objetos naturales) de los escolásticos. Más aún, con la física contemporánea, en el recóndito del seno de la materia, ésta casi desaparece, para dar paso a la preponderancia de formas y estados de energía y corpúsculos, entendidos con formulaciones matemáticas, que parodian las ‘formas’ del aristotelismo-tomista de la Edad Media. Pero como se ha dicho más arriba, la separación de ciencia y filosofía de la naturaleza se hizo más patente, pero desgraciadamente en forma muy reduccionista. La ciencia se irguió como un saber poderoso basado en la observación y experimentación de los fenómenos naturales, contando con la presencia explicativa de las leyes naturales. La ciencia apareció como capaz de explicarlo todo, para muchos, incluso la aparición del hombre y la racionalidad, un sentimiento que contribuyó a la popularidad inicial del darwinismo en el siglo XIX.

La ciencia es una actividad humana indefectiblemente condicionada por la cultura, las creencias y las ideologías. En la Edad Media la religión judeo-cristiana jugó un significativo rol en la cultura y en las concepciones de la naturaleza y su estudio, como se muestra en la escolástica. En cambio, en nuestra época, se ha generado un clima cultural de generalizado agnosticismo y franco ateísmo en el que la ciencia naturalista ha pasado a considerarse la fuente máxima del conocimiento, y para muchos, la exclusividad de todo saber posible, con un absurdo y cándido desdén por otras fuentes gnoseológicas. Un reduccionismo peligroso para la vida humana, tanto teórica como prácticamente.

Herencia del mecanicismo. La tesis de Newton sufre variaciones y cambios fundamentalmente con el desarrollo de la química moderna y el advenimiento de las concepciones de la naturaleza de la luz, pero la mecánica ‘clásica’ va encontrando dificultades en forma progresiva con el desarrollo mismo de la ciencia: se hace claro que la mayoría de los sistemas físicos no son lineales; la materia ya no se concibe en forma homogénea, surge la complejidad y el crecimiento exponencial de las ecuaciones; se constatan propiedades emergentes, y finalmente, en 1915 aparece la Teoría General de la Relatividad de Einstein que presenta una visión de las leyes del movimiento significativamente diferentes. Sin embargo, la mecánica clásica va a continuar usándose en el mundo macroscópico, fundamentalmente por su simplicidad y eficacia en el manejo de los fenómenos macrofísicos.

El determinismo de la física clásica sufre un impacto fundamental en la primera mitad del siglo XX con el desarrollo de la mecánica cuántica. Según los principios de esta teoría, aún teniendo la información completa de un estado físico, no es posible en un momento dado, determinar en forma categórica su conducta futura, solo en forma probabilística; a lo que hay que agregar, el Principio de Indeterminación de Heisenberg. No es necesario mencionar que los conceptos indeterministas de la mecánica cuántica, en el seno mismo de la física, han significado un golpe al materialismo determinista extremo, no solo para la ciencia, sino también para la filosofía. Aún con todos estos revolucionarios cambios, la física contemporánea continúa considerando fuerzas – ahora cuatro fuerzas fundamentales–, corpúsculos, energía, ondas y campos, en un juego de asombrosas interacciones de misteriosos componentes, acompañado de numerosas incógnitas, y sin principios organizadores, sin ‘forma’ ni “teleología” más allá de efectos inmediatos. Un complejo e enigmático sistema que opera y se desenvuelve por sí mismo. Toda esta concepción física del mundo es finamente expresada y manejada en complejos términos matemáticos, siguiendo una metodología de observación, elaboración de teorías y ratificación empírica, directa e indirecta. Se puede decir que en la física contemporánea continúa el reduccionismo ‘mecánico’ que nació en el siglo XVII, particularmente para aquellos que piensan que lo distintivo de lo mecánico es el abandono de la metafísica (“formas”, “finalidad” de los objetos creados/naturales). Es oportuno señalar que la ratificación empírica en la actualidad se ha debilitado, incluso algunos físicos teóricos intentan omitirla, para seguir especulaciones fisicomatemáticas supuestamente dotadas de poder para10 descubrir la realidad por sí mismas, …hasta constituirse en la misma realidad; un regreso a un racionalismo hiperbólico que desdeña lo empírico en el estudio de la naturaleza.

En la actualidad se habla con frecuencia de “neomecanicismo” o “mecanicismo contemporáneo” para referirse en las diversas ramas de las ciencias –incluyendo la psicología y la sociología–, a procesos que subyacen fenómenos que se intentan explicar; procesos que en las ciencias de la naturaleza tienen franco carácter mecanicista, pero que en las disciplinas con rasgos humanísticos, cobran un aspecto mecanicista por analogía, pero poco claro y mal definido, y es de temer: distorsionante. Agrego que, durante el desarrollo de la ciencia moderna, estos términos han sido usados para referirse a aspectos diferentes del ‘mecanicismo en ciencia’ (física y química), con lo que es comprensible que se produzcan confusiones con su uso.

Mecanicismo y biología. Descartes redujo la biología a la física. La visión mecanicista del universo físico inorgánico es también válida para los seres orgánicos, compuestos igualmente de materia y, sometidos también a las leyes de la naturaleza. El cuerpo de todo animal vivo, incluyendo al ser humano, es simplemente una ‘máquina’, por complejo que sea. Para Descartes los animales no poseen un alma pensante, sino que son meros autómatas, máquinas robots. Y el alma del hombre es explicada por este filósofo, como una sustancia distinta (rescogitans) a la de la materia (res extensa), con lo que Descartes enfrenta la conocida dificultad de localizar y explicar las interacciones de estas dos sustancias en el ser humano; dualismo cartesiano.

El ‘mecanicismo’ no explica cómo es posible que de simples ‘fuerzas’, ‘atracciones’ y ‘repulsiones’ se logre la fina organización y funcionamiento de los seres orgánicos, el mecanicismo no cuenta con ningún principio organizador que explique la complejidad de los seres vivos. Desde la antiguedad la vida ha sido un enigma y un objeto de reflexiones especulaciones. En lo que se refiere a Aristóteles, de fundamental importancia en la tradición escolástica, no consulta la noción de vida como un principio o fuerza que explique la complejidad observada en los seres orgánicos. Este filósofo habla se zoe, que se refiere a la acción propia de estos seres que tienen en sí mismo el principio de su propio movimiento. Los seres vivos tienen alma (vegetativa, animal, racional) que corresponde a la forma sustancial de estos entes. La vida, entonces no es un principio especial, sino que es parte de la forma, que se encuentra ontológicamente constituyendo todo objeto natural, pero que en los seres orgánicos es responsable de lo que denominamos vida (con Santo Tomás las formas tienen un origen divino, son ideas ejemplares en la mente de Dios). Con la eliminación de la causa formal, además de la causa final realizada por el mecanicismo, desaparece, por decirlo de alguna manera, la vitalidad en la mira de la ciencia, quedando los seres orgánicos reducidos a procesos de tipo mecánico.

Desde un comienzo hubo reacciones a las explicaciones mecánicas en biología, y así resurge el vitalismo, y posteriormente otras conceptualizaciones para superar la estrechez del mecanicismo. Pero como veremos más adelante, los intentos de preservar la vitalidad en biología no fueron particularmente exitosos, se abandonó no solo el dualismo cartesiano, sino que también el movimiento vitalista se apagó, dejando a la ciencia incapacitada de explicar satisfactoriamente la aparición y el funcionamiento teleológico de las estructuras orgánicas fundamentales para la vida. Solo con el advenimiento de la TDI se da un paso adelante para recuperar el sentido y origen de la vida más allá del mecanicismo.

Vitalismo

La visión mecanicista y matematizada del mundo natural no es fácilmente aplicable a los seres orgánicos que muestran una inmensa variedad de formas y estructuras, y una gran complejidad en sus operaciones. Y, aún más importante, se trata de organismos “vivos” que tienen esa misteriosa manera de ser, ‘vivos’. La humanidad ha tratado siempre de explicar de un modo u otro esta misteriosa condición que es la vida; desde animismos muy simples y primitivos, hasta elaborados mitos y religiones que ligan la vida a la acción de seres supra humanos y divinidades todopoderosas. En nuestra Civilización Occidental la idea de ‘alma’ como el principio de la vida, nos ha acompañado hasta nuestros días, pero acantonada en la actualidad particularmente en la cultura religiosa.

En biología se incorpora la idea de ‘alma’ en el siglo XVII con el médico alemán Georg Ernst Stahl (1659-1734), conocido primariamente por su teoría del flogisto, sustancia combustible responsable de la combustión de los cuerpos. Este médico/químico propuso la idea de “ánima” (también la llamó natura), como principio inmaterial protector del funcionamiento y de la salud del organismo. Este principio no solo es responsable del funcionamiento mecánico del organismo, sino que también lo dirige a las metas necesarias para el funcionamiento completo del ser vivo. Cuando la acción del ánima se altera como sucede con las emociones, se produce la enfermedad. El ánima es un principio conectado con la divinidad, que al abandonar al organismo con la muerte, precipita la corrupción de la materia. (9) En el siglo siguiente con Paul Joseph Barthez (1734-1806), el ánima es reemplazada por el “vitalismo”, que comprende una “fuerza vital”, de naturaleza desconocida, distinto de la mente en los seres humanos, y es causa de todos los fenómenos de la vida. Para Barthez, la fuerza vital tenía –como todo en la naturaleza–, conexiones con Dios, y determinaba y modificaba el comportamiento de los cuerpos vivos; se extinguía con la muerte. Esta fuerza vital no era un principio a priori para Barthez, sino la conclusión de la observación y de la experimentación. (10) Para el vitalismo, la muerte es el resultado del abandono de esta fuerza vital, y no el deterioro de la organización del sistema físico-químico del organismo propuesto por el mecanicismo.

Se considera que el vitalismo moderno surgió como reacción al mecanicismo cartesiano que reinaba en ese tiempo, y cobró auge con el romanticismo que veía al ‘ser’ como la belleza, la vida, el crecimiento y el desarrollo. El vitalismo tuvo naturalmente variaciones entre los diversos autores que adscribieron en esa época a esta concepción, y también en los que surgieron posteriormente con simpatías por este movimiento. El progreso creciente de las disciplinas biológicas, particularmente la medicina experimental, desacreditaron al vitalismo que terminó descartándose del campo científico biológico como una hipótesis ‘ilusoria’. En los siglos posteriores, el vitalismo tuvo más éxito en el ámbito humanista, con filósofos como Friedrich Nietzche (1844-1900) y Henri Bergson (1859-1944). La filosofía vitalista levanta una barrera infranqueable ente la materia inerte y la vida, y niega la posibilidad de reducirla a procesos físico-químicos o fisiológicos. En el siglo XX, la ‘vida’ continúa como tema central en los existencialismos, personalismo, fenomenología, vitalismo ortegiano, y en otras disciplinas humanistas, en las que la vida con sus encantos y tragedias, y su profundo enigma, no se puede soslayar. En las ciencias sociales o en las ciencias con ribetes sociales como la medicina y otras, la vida y sus manifestaciones se estudian ateniéndose a su complejidad y riqueza. Pero en las ciencias ‘duras’, las ciencias ‘básicas’: física, química y biología, los fenómenos se estudian con una aproximación mecanicista, y reduccionista, al punto de concebir la aparición de la vida misma en el planeta, su diversificación y los fenómenos conductuales y psicológicos que muestran los seres orgánicos, como fenómenos productos de complejas interacciones de leyes físicas, con la participación del azar jugando un papel esencial en la aparición de estos fenómenos

Frente a la concepción de la biología convencional prevalente en su tiempo, el biólogo báltico-alemán Jacob von Uexküll (1864-1944), en sus estudios de fisiología y conducta de los seres vivos elabora un complejo sistema que incorpora el ambiente como una parte fundamental para entender estos organismos; el organismo vivo y su ambiente forman un sistema completo. De este modo von Uexküll, concibió que los organismos vivos se desarrollan siguiendo un ‘plan natural’ de creciente complejidad, pero siempre constituyen una unidad completa, no importando el estado de su desarrollo. Con este plan natural los organismos adquieren “reglas” generales que rigen su comportamiento; estas ‘reglas’ naturales se extienden horizontalmente en la naturaleza para regir el comportamiento de todos los seres vivos. Lo característico de los organismos es que están siempre en constante interacción con su ambiente. La interioridad de toda creatura viva (mundo subjetivo) discierne su mundo circundante (umwelt) como un conjunto de datos y signos sensoriales significativos para el organismo, a los que reacciona con la conducta correspondiente. Se establece un arco o circuito funcional de información y acción. De modo que, la “existencia biológica” (‘la vida’) no puede ser descrita, ni como un producto de una composición de partes mecánicas, ni como la suma de elementos orgánicos (funcionales), sino como un circuito de información y respuesta. Esta concepción de von Uexküll, no es vitalista, no recurre a ningún tipo de fuerza vital, sino más bien la vida es un proceso de interacciones entre sensores y efectores, generándose así un sistema biosemiótico. Cada organismo posee su ‘mundo circundante’ (Umwelt) con el que se relaciona, y también con los otros mundos circundantes de los seres vivos con los que entra en contacto, así se genera una intrincada ‘red de vida’, que Uexküll describe como una composición musical armónica de la naturaleza [la concepción de mundo circundante puede aplicarse a las células, órganos y sistemas de los organismos pluricelulares; estos serían armonías musicales de vida]. Uexküll se opone definitivamente, no solo a una concepción mecánica de la biología, sino que también de la naturaleza en su totalidad; el mecanicismo para este autor, priva de sentido a la vida y conduce a concebirla como un mero accidente sin propósito inherente. (11. 12) Las concepciones teóricas de Von Uexküll se adelantan a su época en muchas áreas, particularmente con sus contribuciones etológicas y biosemióticas. Para este artículo es importante recalcar sus concepciones semióticas que apuntan la acción inteligente presente en biología.

Organicismo. Un paso más complejo en la comprensión de los fenómenos biológicos –frente al mecanicismo–constituye el pensamiento de Ludwing von Bertalanffy (1901-1972). Bertalanffy sostuvo que las leyes clásicas de la termodinámica (segunda ley) no se pueden aplicar a los sistemas abiertos como son los seres vivos. En los seres vivientes no se observa la degradación energética y caos que se produce en los sistemas físicos, los organismos permanecen en estado de orden o información, y propuso un modelo matemático para describir su concepción sistémica de los organismos en intercambio de materia y energía con el ambiente. En este intercambio, los seres vivos incorporan materia y energía con poca entropía, esto es, material organizado, lo que les permite mantener un estado energético estable y desarrollarse en orden y complejidad; y, a su vez, los organismos eliminan materia y energía rica en entropía (desorganizada). Este proceso no es de carácter ‘vitalista’, ni tampoco ‘mecanicista’, sino de organización funcional específica, en la que inevitablemente está envuelta la información, que para Bertalanffy se almacena y sirve de historia para el comportamiento del organismo; este autor pensaba que un modelo holístico biológico es más satisfactorio que un modelo físico-químico para explicar el fenómeno biológico.

Bertalanffy, con sus estudios y teorías de los sistemas biológicos múltiples, contribuyó fuertemente a la iniciación de la escuela multidisciplinaria conocida como ‘teoría de los sistemas generales’ que propone que la totalidad de un sistema biológico (o de cualquier sistema complejo: psicológico, social, ambiente, etc.) es más que la suma de sus partes funcionales (sub-sistemas): el todo tiene propiedades y aún leyes diferentes a esta suma. Bertalanffy habló de ‘organicismo’ para señalar que diversos tipos de sistemas complejos pueden ser tratados como organismos con múltiples niveles jerárquicos de sub-sistemas integrados (englobados); un sistema de sistemas (por ej. un animal contiene varios niveles jerárquicos de sub-sistemas: células, tejidos, órganos, etc.). Para Bertalanffy esta teoría de sistemas constituye una cosmovisión del mundo que permite una comprensión holística, con implicaciones epistemológicas (integración de los saberes, y contexto para investigaciones científicas particulares), ontológicas (reglas y leyes diferentes para los sub-sistemas) y ética (compromiso global y acción), pero no está diseñado para solucionar problemas concretos; en el caso de los organismos biológicos, para solucionar problemas se recurre fundamentalmente a los acercamientos tradicionales mecanicistas. (13. 14)

Es importante destacar que Bertalanffy como Uexküll, enfatizan el papel fundamental que juega la información biológica en los organismos, y los describen como sistemas complejos con múltiples interacciones. Sin embargo, los biólogos de fines del siglo XX se inclinan en gran parte a las explicaciones mecanicistas, básicamente el ‘animismo’ y el ‘vitalismo’ en cualquiera de sus formas han desaparecido del horizonte científico; para la biología la vida es derivada de la actividad de los elementos químicos envueltos. Pero el burdo mecanicismo reduccionista decimonono se ha reemplazado por una visión que considera los fenómenos biológicos como un reflejo de la organización compleja de estructuras fisicoquímicas funcionales integradas en las dimensiones temporal y espacial del organismo viviente. Este organicismo, reemplaza la idea de una tosca máquina para explicar los fenómenos biológicos, y se ha constituido en emblemático en las descripciones de las funciones vitales, particularmente en la llamada biología post-genómica, en la que predominan las interacciones múltiples en forma holística, con lo que se hace evidente la insuficiencia de las explicaciones bottom up. Se reconoce la autonomía y la agencia funcional de los sistemas biológicos con causalidad top down junto a la causalidad ascendente, en la dinámica de estos sistemas.

Sin embargo, y aunque el organicismo biológico y los sistemas biológicos constituyen un avance tangible y significativo en la descripción y comprensión de los fenómenos biológicos, no da cuenta, ni del origen de la organización de las estructuras bioquímicas y sistemas orgánicos, ni de la refinada teleología de sus acciones y efectos funcionales, que claramente son inexplicables como una simple suma de las funciones de las partes envueltas. Esta organización, principalmente de los sistemas biológicos, no es posible de explicar por el mecanicismo; en la antigüedad se pensó que era debida a propiedades de la materia misma, y en nuestro tiempo se ha hablado de auto organización como fuerza creadora de la naturaleza (15), pero esta explicación no es satisfactoria, no pasa de ser una simple descripción de lo observado, o una divinización de la naturaleza. Tampoco es epistemológicamente satisfactorio aceptar la organización biológica, su actividad teleológica y causación descendente como un mero hecho biológico dado, inherente a la biología, ignorando explicar los orígenes de este organicismo en la historia del universo.

En lo que se refiere a los complejos efectos funcionales resultantes de la organización y de la interacción de estructuras bioquímicas se explican corrientemente con la idea de “emergencia”, estas funciones son simplemente un resultado “emergente” de la complejidad de la organización. El misterioso fenómeno de “emerger” un efecto biológico complejo de meros mecanismos físico-químicos, –incluyendo, para algunos autores, la emergencia de la vida misma y de la conciencia del ser humano–, se ha convertido en una explicación fácil, cómoda y vacía, porque no solo no explica qué guía la organización de los elementos químicos, su integración y sus constantes y armónicas modulaciones, sino que no explica cómo lo emergente, emerge de acciones bioquímicas sin un principio organizador que justifique la teleología. La insatisfactoria explicación de la idea de ‘emergente’ se hace particularmente patente cuando se refiere a la ‘emergencia’ de la conciencia del sustrato físico cerebral. La idea de emergente se limita a anunciar que algo nuevo, imprevisto e irreducible a lo anterior, ha ocurrido, y no sabemos exactamente cómo. La interpretación materialista continúa, basándose en que lo emergido, emerge de organizaciones bioquímicas –materiales–; pero como ya señalamos, la organización necesaria para que se produzca la ‘emergencia’ no se explica con métodos naturalistas mecánicos (solo existen especulaciones evolutivas darwinianas). Que el O y el H se combinen para formar H2O con propiedades diferentes a sus componentes, en parte podrían explicarse por las propiedades fisicoquímicas de los átomos envueltos, pero se toma más bien como un hecho dado de la naturaleza; lo que sí se puede explicar con las leyes naturales es que estos elementos se combinen con facilidad; nuevamente, lo que no se puede explica es que las estructuras complejas especificadas emerjan con solo el juego de las leyes naturales y el azar.

De modo que, la nueva biología que nos habla de sistemas, teleología funcional y de causalidad descendente (top down), se encuentra en clara disonancia con la fisicoquímica, sus leyes y la dinámica mecanicista de sus interacciones, que fundamenta la biología. Se ha generado un sistema epistemológico fracturado e inconsistente de explicaciones de los procesos fundamentales fisicoquímicos, y de la complejidad biológica integrada. No hay un puente que las una y conecte, dos parcelas epistemológicas heterogéneas, sin nexo ni justificación, fuera de la conveniencia y de la utilidad. La TDI cambia esta situación dislocada, incorpora la información, y justifica la teleología funcional y la causalidad descendente en los procesos biológicos complejos. De este modo, se homogeniza el campo epistemológico de la biología.

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MbXE3DCTuRGBEkqSThOpUp4Gkqo#v=onepage&q&f=false (accedido Septiembre del 2014)

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