El Profesor Feser y los filósofos y teólogos de la tradición aristotélico-tomista (AT), recurren naturalmente a las pruebas que desarrolló St. Tomás de Aquino para probar la existencia de Dios. Estas pruebas son cinco, de las cuales ha perdurado con más relevancia la Quinta Prueba, con un análisis que se sustenta en la teleología inmanente que se encuentra en todos los objetos naturales. Esta teleología es por tanto, de particular importancia para los filósofos y teólogos que muestran especial preocupación en la demostración racional de Dios, entre otras razones, porque también así se pueden validar racionalmente otros aspectos importantes para la teología. Estas pruebas se basan en la concepción metafísica de los objetos naturales, porque como ya hemos visto, la perspectiva metafísica es considerada por estos filósofos, como más completa y sólida que los conocimientos aportados por las disciplinas científicas propiamente tales (física, química, etc.); la metafísica proveería las precondiciones necesarias que hacen posible las ciencias. De este modo, la metafísica constituye el tema fundamental del que se preocupa la teología, y también la filosofía de la naturaleza. (Feser, E., 2015; 4, 1)
La argumentación básica de la V Prueba, está conectada con la teleología, que se encuentra en los objetos naturales, incluso –de acuerdo con esta metafísica AT–, la muestran aquellos movimientos simples generados por la causa eficiente, como lo reflejan las fuerzas elementales de la naturaleza; porque si no fuera así, no se tendría constancia en sus efectos, estos ocurrirían al mero azar. Como ya hemos visto, la causa final de la teleología implica que para dirigirse a una meta especifica, hay que saber de antemano a dónde dirigirse, y los objetos naturales no poseen una mente que dirija sus acciones, excepto el ser humano. Este problema como ya lo hemos mencionado, se solucionó postulando que la dirección de la causa final –la ‘tendencia hacia’–, proviene de la “forma” –forma substancial–, que soporta la causa final, y esto es posible, porque la “forma” es originada por una inteligencia externa al objeto natural, Dios. Además, como la causa final acompaña los objetos naturales durante toda su existencia, Dios tiene que continuar apoyando constantemente la ‘forma’ que sostiene la causa final, y asimismo mantiene su existencia para que junto con la materia constituyan la forma substancial de los objetos naturales; para Dios esto es posible, porque su esencia (forma) es igual a su existencia, son lo mismo, y puede así dar esencia y existencia a la forma, y también a la materia prima. Con esta Prueba se confirma el teísmo (Dios envuelto en la mantención de su Creación) y se descarta el deísmo, y también se elimina el panteísmo (la naturaleza no es parte de Dios, sino su Creación, Dios y su Creación son seres distintos). Es fácil apreciar que la elección de la arquitectura conceptual de la filosofía natural de tipo AT es altamente conveniente para lograr el objetivo de la teología natural; basta solo seguir la teleología inmanente de los cuerpos naturales para llegar finalmente a Dios sin tropiezo alguno, porque Dios es el apoyo absolutamente necesario para sustentar la comprensión racional de los objetos naturales y su comportamiento; y de este modo se prueba también, racionalmente la existencia ineludible de la Divinidad. Las otras cuatro Pruebas de la existencia de Dios, no creo que sea relevante esbozarlas en este artículo, solo menciono que todas están basadas en la concepción metafísica AT de los objetos naturales, y sus argumentos se entrecruzan.
La Quinta Prueba no es posible de realizarse en base a la concepción mecanicista del mundo propia de la ciencia, que se gesta en la Revolución científica del Siglo XVII. En este movimiento, se modifica la filosofía natural AT vigente en ese entonces para entender los objetos naturales y su comportamiento, se elimina la causa formal y la causa final de esta concepción metafísica por no ser observables ni medibles–, para dejar solo la causa eficiente y la causa material, que pronto también se elimina del cuadro de la física moderna que nace en ese entonces, por considerarse ‘metafísica’. De este modo la ciencia moderna cuenta solo con la causa eficiente, pero desvinculada de su origen en la “forma substancial”, y sin la meta ni la dirección que le otorgaba la causa final. Se reconocen pronto propiedades inherentes de la materia –concepto no ajeno a la metafísica AT–, en forma de fuerzas, primero de la fuerza de gravedad, luego la fuerza electromagnética, y en el último tiempo, se agregan las fuerzas nucleares, mayor y menor. La concepción corpuscular que se adoptó inicialmente para explicar la constitución material de los cuerpos, se desarrolla para ser reemplazada posteriormente por las moléculas, los átomos y, últimamente por las partículas subatómicas. La perspectiva científica mecanicista del mundo que domina la física moderna –y con modificaciones, la física contemporánea–, y con ellas las otras ciencias de la naturaleza, no ofrece un terreno conceptual adecuado para la argumentación de la Quinta Prueba de la existencia de Dios de la teología tradicional, ya que carece de la estructura teleológica intrínseca de los objetos, que lleva fácil y coherentemente a probar la existencia necesaria de Dios. La concepción metafísica AT de los objetos naturales, está íntimamente conectada con Dios, no así la materia y las fuerzas elementales que estudia la física; básicamente, esta ignora la naturaleza íntima de la materia, y el fundamento y origen primario de su comportamiento; solo mide su externalidad, sus interacciones y su lógica. Desde esta perspectiva mecanicista, las cosas del mundo están desposeídas de unidad inherente, y pasan a ser como meras máquinas constituidas por partes ensambladas, operando gracias a los simples y miopes efectos de las fuerzas elementales de la naturaleza.
La TDI surge y permanece en el campo de la ciencia, y esto significa que detecta y analiza las estructuras biológicas de orden teleológico siguiendo los pasos de la bioquímica, y naturalmente la bioquímica se ha movido dentro del paradigma mecanicista de la ciencia (con el aporte de la TDI –configuración inteligente de las estructuras bioquímicas–, esta disciplina se complementa ‘formalmente’ con la TDI para lograr las funciones biológicas). Esto ciertamente denota que la TDI se basa en el mundo mecanicista de las acciones químicas, para detectar el orden teleológico de las configuraciones bioquímicas; esta descripción teleológica es una descripción extrínseca de estas configuraciones, en nada tiene ver con la concepción AT de la teleología intrínseca que hemos venido tratando. De manera que las críticas de los filósofos y teólogos que comparten la visión del Profesor Feser, son acertadas en el sentido que la TDI es una tesis científica que emerge de la ciencia, pero no se percatan que esta tesis, abandona el mecanicismo al describir una organización inteligente de las estructuras teleológicas biológicas; esta descripción es obviamente diferente a la conceptualización ofrecida por la filosofía de la naturaleza AT. Estos intelectuales sostienen que desde esta perspectiva mecanicista científica –extrínseca–, no se puede elevar la racionalidad para alcanzar un nivel metafísico profundo y sólido que conduzca a un Dios fuera del orden natural. El Profesor Feser considera que la TDI operando desde el mecanicismo solo puede llegar a considerar a un ‘diseñador’ de estas estructuras; a un agente externo que impone un ordenamiento ‘desde fuera’ de las cosas, a un artífice poderoso, a un demiurgo, a un agente de inteligencia mayúscula antropomórfica, pero no a un Dios que crea dando origen y propiedades esenciales a los objetos (uniendo la esencia y con la existencia para generar la substancia del objeto natural). Desde la perspectiva mecanicista, sostienen estos autores, no es posible lograr visualizar racionalmente a Dios como un ser con simplicidad –idéntico a sus atributos (inteligencia, bien, bondad, etc.)–, que es acto puro (capaz de actualizar las potencias que se encuentran en los objetos naturales), inmutable y eterno; un Dios que consideran consistente con el presentado por el teísmo clásico.
Sin embargo se debe puntualizar que la TDI no es una metafísica ni una teología, ni intenta probar la existencia de Dios, por tanto no especula acerca de la naturaleza del posible agente responsable de estas configuraciones teleológicas, ni tampoco cómo se realizó este fenómeno. Pero lo que sí es claro, que la TDI plantea un serio desafío a la teología, ya que con la detección de acción inteligente en el campo de la ciencia, esto es, la presencia de configuración bioquímica estructural inteligente que explica una acción biológica, se implica sin duda alguna, un propósito, una meta de esta configuración. El diagnóstico de configuración especificada para una acción biológica, es empírico, sigue evidencias de la ciencia, no puede descartarse de un plumazo sin dar cuenta de su presencia y sus implicaciones, si se quiere evitar caer en una profunda insuficiencia metafísico/teológica, ignorando un fenómeno claramente tangible que necesita ser complementado coherentemente desde supuestos metafísicos-teológicos. Es oportuno señalar que el Profesor Feser (2015; 2, IV) usa en su crítica de la TDI una concepción probabilística de complejidad en el diagnóstico de diseño, que según su opinión debe recurrir –en ese mundo mecanicista–, a analogías para elevarse racionalmente más allá de lo material. En este sentido, es efectivo que se han utilizado argumentos probabilísticos para detectar diseño inteligente en el campo de la concepción contingente mecanicista de la ciencia, pero el resultado de estos análisis probabilísticos debe complementarse necesariamente con la inferencia de diseño que recurre al ‘poder causal’ –inteligencia- capaz de generar la configuración “especificada” de las estructuras complejas detectadas probabilísticamente; esto –“especificación”–, significa, con sentido semántico o función específica biológica, que no son susceptibles de ser explicadas por las leyes naturales conocidas. En otras palabras, no basta solo el cálculo de probabilidades para diagnosticar diseño, las probabilidades diagnostican complejidad, pero la especificidad de la complejidad es resultado de una inferencia causal; la única causa conocida en nuestro mundo capaz de generar estructuras teleológicas semánticas o funcionales es una acción inteligente. La TDI pasa del nivel mecanicista de las acciones químicas, al nivel formal de la configuración teleológica inteligente de estas acciones químicas para hacer posible las funciones biológicas: información biológica. (Ruiz, F. Enero, 2917; I, VII) La configuración inteligente de estas estructuras, sus características y su origen, ya no son posible de reducirse a la dinámica de la materia física, y sus simples leyes de un “tira” y “empuja” –acciones químicas–, requieren de una explicación que trasciende más allá de lo conocido en el campo de la ciencia mecanicista; sin embargo, el Profesor Feser, relega la TDI al reino del mecanicismo, cuando en verdad lo supera: ¿Cómo es esta configuración inteligente posible? He aquí el desafío de la TDI a la metafísica/teología, y naturalmente también a los paradigmas de la ciencia tradicional.
En el próximo Post revisaremos otra crítica de la metafísica AT a la TDI, formulada por un prestigioso y conocido autor del mundo hispano hablante.
Bibliografía:
Feser, Edward (2015). Neo-Scholastic Essays. St Augustine’s Press.
Ruiz Rey, Fernando (Enero 8, 2017). La ciencia y la Teoría del Diseño Inteligente. OIACDI. También en Sección Libros de Darwin o Diseño Inteligente (OIACDI):