Por Felipe Aizpún
Sir John Templeton (1912-2008) fue un financiero e inversor de origen norteamericano (nacionalizado posteriormente británico) que realizó una magnífica fortuna gracias a su sagacidad y su olfato para los negocios a mediados del pasado siglo. De origen humilde y perteneciente a una familia de raíces presbiterianas fue un hombre de profundas inquietudes filantrópicas que le llevaron a fundar la conocida Fundación Templeton con el objetivo de «Servir de catalizador filantrópico para el impulso de aquellos descubrimientos relacionados con las grandes cuestiones de la vida. Estas cuestiones abarcan desde la exploración de las leyes de la naturaleza y el universo, hasta la indagación acerca de la naturaleza del amor, la gratitud, el perdón y la creatividad.»
La Fundación Templeton otorga unos 70 millones de dólares anuales en proyectos y becas de investigación. Pero su contribución más sonada al desarrollo del estudio y el conocimiento es el famoso premio Templeton que se entrega cada año, por importe de 1,6 millones de dólares, a «una persona viva que haya hecho una contribución excepcional a afirmar la dimensión espiritual de la vida, ya sea a través de una idea, de un descubrimiento, o de alguna acción concreta». El problema para la Fundación es que ha tratado siempre de obtener el reconocimiento y el aplauso de la comunidad científica y se ha encontrado paulatinamente con una cierta animadversión a sus planteamientos ideológicos. No en vano, la comunidad científica internacional se encuentra imbuida del más rancio materialismo y la propagación de valores espirituales representa una disonancia con los criterios imperantes.
La Fundación ya fue acusada en su momento, allá por los años noventa del pasado siglo, de connivencia con algunos representantes emblemáticos del movimiento del Diseño Inteligente como el astrónomo Guillermo González (autor de The Privileged Planet) o el propio William Dembski, a quienes acordó becas para la financiación de la creación de algunos de sus libros. Al mismo tiempo financió también la celebración de algunos encuentros y conferencias en los que el tema del DI fue tratado con amplitud y expuesto con generosidad.
No cabe duda de que estas amistosas inclinaciones de la Fundación hacia el DI parecían encajar perfectamente en los objetivos y la misión de la Fundación. Sin embargo, el movimiento del DI iba cogiendo una relevancia excesiva y la comunidad “intelectual” no podía consentir tal amenaza. La Fundación se vio sometida a fuertes críticas y su presencia respetable en los medios en los que se repartían credenciales de glamour intelectual empezaron a peligrar. Los premios Templeton empezaron a decantarse hacia figuras menos comprometedoras.
Si el primer premio del año 1973 fue otorgado a la mismísima Madre Teresa de Calcuta, ya por los 90 el protagonismo se decantaba hacia figuras de amplia talla intelectual aunque confesadamente agnósticas como es el caso de Paul Davies. La Fundación fue mostrando paulatinamente un sesgo descarado hacia la promoción de personajes políticamente correctos, bien reconocidos en el seno de la ortodoxia científica y filosófica. Así por ejemplo en 2008 el premio Templeton fue otorgado al sacerdote y cosmólogo polaco Michael Heller que entre sus muchos méritos atesoraba el de haber declarado que el Diseño Inteligente era un serio y grave error teológico de raíces maniqueas, para terminar en 2010 premiando a una figuras tan pintoresca como el científico español Francisco J. Ayala, cuyo mérito mayor a la contribución del desarrollo de la espiritualidad ha sido reivindicar, desde su confesado descreimiento, un mundo con diseño pero sin diseñador, carente de propósito ni finalidad y en el que el ser humano no es otra cosa que un accidente cósmico sin sentido. La Fundación parece haber perdido los papeles.
Pero el problema para la Fundación es que su coqueteo con el materialismo más dogmático, como es el caso de Ayala, azote de “creacionistas” donde los haya, no parece haberle traído el reconocimiento esperado de los grandes gurús de la comunidad científica. Las críticas a sus actividades se suceden si acaso con más claridad y contundencia que nunca; por ejemplo las de Harold Kroto, químico de la Universidad Estatal de Florida en Tallahassee y co-ganador del Nobel de Química en 1996. Es verdad que muchos proyectos financiados por la Fundación Templeton siguen una revisión por pares y se enmarcan en algunas investigaciones punteras poco o nada relacionadas con la religión, tales como biología evolutiva, ecología, cosmología, matemáticas o física cuántica. De los 70 millones de dólares empleados el pasado año para subvencionar proyectos de investigación, alrededor de 40 millones fueron destinados a investigaciones de primera línea. Sin embargo, otros millones se han dirigido a objetivos más peregrinos, como los 4,6 millones otorgados en 1999 a un proyecto para la investigación del “perdón” o los 8,2 millones entregados en 2001 para la creación sobre un Instituto de Investigación sobre el Amor Ilimitado (eso del altruismo, compasión, etc.). «Una gran cantidad de dinero gastado en las ideas sin sentido», afirma Kroto.
Tampoco Jerry Coyne, biólogo evolutivo de la Universidad de Chigago, y autor del reciente “Why Evolution is true” se fía de las buenas intenciones de la Templeton. Jerry Coyne afirma que la financiación de proyectos como los mencionados corrompen la ciencia, debido a que el dinero tienta a los investigadores a perder tiempo y esfuerzo en temas que no valen la pena. Muchos de esos proyectos parecen dirigirse a lo que sería el verdadero objetivo de John Templeton y de sus ahora herederos: utilizando los millones de dólares como calzador, introducir la idea de que la religión no está reñida con la ciencia, y que las investigaciones rigurosas pueden llegar a justificar los temas que generalmente se consideran como asuntos espirituales.
Vamos, que si el bueno de Isaac Newton se enterara de que alguien pretende “introducir” la idea de que la religión no está reñida con la ciencia, saldría de su tumba rasgándose las vestiduras.
En definitiva, más le vale a cada cuál mantenerse fiel a sus ideales y promover abiertamente lo que corresponde a su vocación. Querer contemporizar con los principios es mala cosa y uno acaba preso de su propia incoherencia. Porque incoherencia es al fin y al cabo lo siguiente:
Comparar estas palabras del galardonado Ayala:
“El diseño funcional de los organismos y sus rasgos parece apuntar a la existencia de un diseñador. El gran logro de Darwin fue mostrar que la organización finalista de los seres vivos puede ser explicada como resultado de un proceso natural, la selección natural, sin ninguna necesidad de recurrir a un Creador o algún tipo de agente externo”
con estas del propio Fundador John Templeton:
¿No sería extraño que un Universo sin finalidad creara por accidente humanos tan obsesionados con la finalidad?
Algo habrá cambiado. ¿Se habrá metido un director nuevo en la fundación con ideas materialistas? Un troyano, vamos.
Por cierto Platypus, mi enhorabuena por el blog “Los fallos de Darwin”. Un trabajo sensacional que animo a nuestros lectores a seguir también.
Buenas tardes. Una investigación científica financiada desde un posicionamiento religioso, sea La Fundación Templeton u otra institución, estará bajo la sombra de la duda ya que la ciencia busca la verdad sin condiciones previas. Esto me recuerda las encuestas financiadas por los partidos políticos: sus resultados automáticamente quedan bajo sospecha.
Muchas personas -los propios científicos- pueden, desde la razón, encontrar ciencia y religión compatibles. El famoso antropólogo Stephen Jay Gould las consideraba “magisterios no superpuestos” si bien, yo observo notables “interferencias” difíciles de soslayar. Una prueba de lo anterior es la mayor proporción de escépticos dentro de la comunidad científica y viceversa, una mayor religiosidad en las personas con menos conocimientos.
Yo creo que cualquier iniciativa de investigación es válida, sea de las ciencia heavy, o de las humanidades. La fundación Templeton está en todo su derecho de investigar lo que quiera. Es su libertad de expresión institucional. No es una pérdida de tiempo como dicen los positivistas y cientifistas, eso es un engaño y la moda actual en ciencias. Yo tambein soy científico en el área de la química, pero pienso por mí mismo y razono y por ello no soy positivista. Yo soy creyente y científico.