Algunos autores acreditan a Richard Dawkins como el autor que acuñó el concepto de evolucionabilidad (horrísono palabro) en su artículo de 1988 “The Evolution of Evolvability”. Lo que Dawkins pretendía en este trabajo era afrontar el desafío que supone la emergencia de sustanciales novedades biológicas que difícilmente pueden ser asumidas en el seno de un paradigma darwiniano de carácter esencialmente gradualista. Pongamos un ejemplo: la aparición de planes corporales segmentados, tales como los vemos en los anélidos y artrópodos o en los vertebrados. Dawkins considera esta “invención” evolutiva (en palabras del propio Dawkins) un evento altamente significativo ya que abre la posibilidad del desarrollo de muchos planes corporales en animales superiores. Como en todas las novedades biológicas importantes no existe un itinerario gradual que permita, según prescribe la ortodoxia, dar cuenta de dicha “invención” mediante la acumulación de pequeños cambios susceptibles de mejorar la adaptación al medio de los organismos implicados, por lo que la descripción del proceso evolutivo para explicar la emergencia y generalización de la novedad resulta muy poco convincente. Veamos cómo nos lo relata el propio Dawkins:
“Sospecho que el primer animal segmentado no fue un individuo altamente exitoso. Sería un monstruo (“freak” en el original) con un cuerpo doble, o múltiple, mientras que sus padres tenían un cuerpo simple. El plan corporal simple de sus padres estaría bien adaptado para la forma de vida de su especie. De no ser así no habrían tenido descendencia. A la vista de ello, no es por lo tanto probable que un cuerpo doble estuviera mejor adaptado. Más bien al contrario. Sin embargo, sobrevivió (lo sabemos porque su descendencia segmentada está todavía a nuestro alrededor), aunque fuera “por los pelos” (aunque esto es mera conjetura). Aunque podría estar exagerando cuando digo “por los pelos”, lo que quiero significar es que el éxito del individuo concreto, o mejor dicho, del primer animal segmentado durante su propia vida es relativamente poco importante. No hay duda de que muchos otros mutantes han sido más exitosos individualmente considerados. Lo que es importante en cuanto al primer animal segmentado es que sus linajes descendientes fueron auténticos campeones evolutivos. Radiaron, generaron nuevas especies y dieron paso a verdaderos nuevos phyla. Fuera o no beneficiosa la segmentación durante el tiempo de vida del primer animal segmentado, representó un cambio en embriología lleno de potencial evolutivo.”
Este “potencial evolutivo” es lo que Dawkins llamó evolucionabilidad, la capacidad de los organismos para generar novedades susceptibles de abrir el cauce a una diversidad antes desconocida de soluciones y estructuras biológicas. Este párrafo que acabo de transcribir resume como ningún otro texto la profunda inconsistencia del discurso darwinista tradicional.
Por una parte resulta inaceptable la trivialización que hace Dawkins de la aparición fortuita de un primer organismo segmentado, como si la división corporal en segmentos no fuera nada más relevante que la mera duplicación de un apéndice de trivial funcionalidad o la aparición de una verruga. Muy al contrario, la segmentación forma parte del concepto más amplio de modularidad y tiene como finalidad en los vivientes estructurar órganos y sistemas en un ámbito de organización funcional de mayor complejidad.
En segundo lugar, resulta chocante la forma en que Dawkins da por hecho que un monstruo tan divergente en cuanto a su morfología, al presentar un organismo segmentado, podría haber nacido de sus progenitores por accidente con absoluto desprecio por los principios elementales de la embriología, disciplina que como hoy es habitualmente aceptado fue erróneamente preterida por la Teoría Sintética o neo-darwinismo durante décadas. Igualmente chocante es que, en total desacuerdo con la ortodoxia darwinista, Dawkins acepte que dicha mostruosidad pudiera haberse emparejado sin dificultades con otros especímenes de cuerpo simple y haber generado descendencia igualmente “mostruosa” de manera exitosa capaz de imponerse en el seno de una población de organismos que, como él mismo concede, presentan unas condiciones morfológicas con mayor capacidad adaptativa.
Como es habitual en la literatura evolucionista todo ello se nos explica desde el más absoluto desprecio por las normas de la lógica formal. La hipótesis especulativa de la evolución se toma por principio como hecho acreditado y se invoca a “los descendientes segmentados que vemos a nuestro alrededor” como prueba de la veracidad de la hipótesis en un ejemplo flagrante de lo que se conoce como falacia de la afirmación del consecuente. En definitiva, el término evolucionabilidad (“evolvability”) surge en el discurso como un remedio mágico, como un conejo surgido de la chistera del artista-científico para dar sentido, dentro del paradigma darwinista, a lo que no es sino una anomalía insalvable. Cuando la emergencia de una novedad importante no encaja en el discurso necesariamente gradualista y no finalista de la teoría, entonces invocamos la evolucionabilidad como una característica de determinados organismos que, habiendo sido por supuesto adquirida por azar, permite a estos experimentar variaciones sorprendentes, fuente de maravillosa diversidad.
Pero las anomalías al paradigma no han hecho sino aumentar en los últimos años al hilo de la investigación científica y como consecuencia el sentido del término evolucionabilidad se ha ido ampliando para proponer diferentes soluciones a las distintas anomalías. Así lo reconoce Massimo Pigliucci en su artículo de 2007 “Is Evolvability Evolvable?” en el que tras abstenerse de tomar partido por los distintos usos que del término identifica en la literatura científica contemporánea no duda en tomar partido por la idea de que, en efecto, la evolucionabilidad es en sí misma una característica sujeta a evolución, sin que de la lectura de su trabajo quede realmente claro en qué fundamenta tan comprometida afirmación. Sea como fuere el caso es que la evolucionabilidad ha servido también para intentar encajar en el paradigma otra anomalía crítica al mismo como es la existencia de lo que se conoce como mutaciones dirigidas o adaptativas; es decir, respuestas finalistas y específicas del organismo sometido a amenazas concretas del entorno.
Un ejemplo notable nos lo proporcionan la Doctora Susan Rosenberg (Baylor College) y el Doctor Robert Austin (Princeton University) (http://nautil.us/issue/34/adaptation/does-stress-speed-up-evolution ). Durante dos décadas han venido constatando en sus experimentos con la bacteria E. Coli que en situaciones de estrés se producen mutaciones inducidas perfectamente orientadas como respuesta a los desafíos del entorno. Dice Austin: “Stop insisting that all mutations are random and evolution is slow is the entire story,” (“Dejen de insistir en que toda la historia es que las mutaciones son fortuitas y la evolución es un proceso lento”). En biología evolutiva la expresión “random mutation” significa, según convenio universalmente aceptado, mutaciones que no se producen en vista de una finalidad adaptativa concreta. Por lo tanto cuando los autores se expresan de esta manera lo que están reivindicando exactamente es que las mutaciones observables se explican mejor como respuestas específicas a amenazas concretas del entorno. La aceleración en el ritmo de mutación observada en este tipo de situaciones es evidentemente un mecanismo de respuesta detectable, pero hay más: dice Rosenberg que de sus estudios de deduce que las mutaciones inducidas por situaciones de estrés no son generadas de manera fortuita ni en el tiempo ni en lo que respecta al lugar del genoma donde se producen (“stress-induced mutations were neither generated randomly in time nor in terms of where they occurred in the genome”).
Otros colegas suyos sin embargo han salido al paso de sus trabajos alegando que los mismos en realidad “no demuestran”, por tratarse de trabajos en laboratorio, que los hechos en un entorno natural se hayan producido del mismo modo ni que las mutaciones no se hayan producido con el ritmo y orientaciones consideradas “normales” según la doctrina evolucionista más ortodoxa. Este tipo de actitudes representan un auténtico freno para la ciencia y pueden tener consecuencias negativas para el progreso en la lucha contra las enfermedades. Rosenberg considera que asumir los hechos tal como son ofrece grandes perspectivas de progreso al orientar los trabajos en la lucha contra el cáncer y las estrategias de resistencia de las células cancerígenas a las drogas administradas.
El problema, una vez más, es que las respuestas finalistas de las células representan una amenaza para el paradigma materialista, ya que toda teleología abre inevitablemente la sospecha de una causa inteligente en el origen. En efecto, en situaciones de estrés no solamente se acelera el proceso de mutaciones experimentadas por el organismo amenazado sino que se concreta en las zonas del genoma donde se hace más provechosa la mutación. Afortunadamente para las pobres bacterias, ya que si tenemos en cuenta que las mutaciones verdaderamente fortuitas son en su inmensa mayoría como mal menor neutrales y generalmente deletéreas, una reacción que produjera una aceleración en el ritmo de mutaciones fortuitas en una situación de amenaza del entorno podría suponer una auténtica carnicería para la población de organismos implicados.
Por supuesto esto no es nada nuevo. Desde que John Cairns publicara sus conclusiones en 1988 el concepto de “directed mutations” (suavizado posteriormente a “adaptive mutations”) ha hecho fortuna en la literatura científica y está en la base de la moderna corriente neo-lamarckista que incluye autoras tan respetados y poco sospechosas como Jablonka y Lamb entre muchos otros. Los autores afines a la ortodoxia darwinista se han protegido frente a esta “amenaza” finalista con un argumento sorprendente. En su artículo de 2010 “Evolutionary Chance Mutation: A Defense Of The Modern Synthesis’ Consensus View” la profesora Francesca Merlin de la Universidad de Montreal reconocía el carácter adaptativo de muchas mutaciones experimentadas en situación de estrés. Reclamaba sin embargo la necesidad de reconducir estos hechos “mutations produced when and where needed by the organisms” (“mutaciones producidas cuando y donde los organismos las precisan”) al seno de la Síntesis Moderna mediante una reformulación del concepto de azar, haciendo a este responsable de la aparición de mecanismos capaces de producir este tipo de respuestas. Así, los mecanismos finalistas serían, ellos mismos, efecto de un proceso de evolución fortuita, de tal manera que aquellos organismos que hubieran “evolucionado” la capacidad de desplegar respuestas finalistas tendrían una mayor capacidad de sobrevivir.
Para que quede claro, la Doctora Susan Rosenberg no es en absoluto una proponente del DI sino que se adhiere expresamente a la tesis de Merlin, y considera que las respuestas finalistas de la E. Coli deben ser entendidas en el marco del moderno concepto de evolucionabilidad. Como hemos visto, el sentido primigenio del término nada tenía que ver con el reconocimiento de eventos finalistas (Dawkins nunca habría reconocido tal cosa). Para Dawkins la evolucionabilidad es la capacidad de producirse eventos saltacionales que abren el campo a un nuevo abanico de posibilidades evolutivas y de diversidad en los organismos. Por supuesto, dichos eventos saltacionales serían producidos de forma abrupta pero estrictamente fortuita. En definitiva, lo que ahora se está proponiendo es una verdadera “cooptación semántica” del término “evolvability” para tapar agujeros y disfrazar anomalías muy importantes en la teoría. Algo por otra parte nada problemático en el seno del discurso evolucionista.
Reconvertir la teleología en un hecho fortuito mediante un discurso alejado de cualquier evidencia empírica y falto de todo rigor no es un camino adecuado para construir explicaciones satisfactorias de la realidad. Si uno considera que necesita este tipo de fantasiosas invocaciones para acomodar sus prejuicios metafísicos, allá él. Pero por favor, no lo llamen CIENCIA.