Por Felipe Aizpún
La distinción entre un escenario evolutivo gradualista, como el que reivindica el modelo neo-darwinista, y un escenario de tipo saltacional, como el que poco a poco se va imponiendo entre la comunidad científica más seria, tiene importantes consecuencias. El gradualismo no es un mecanismo sino una cualidad del mecanismo propugnado. Así por ejemplo el mecanismo darwinista es gradualista en la misma medida en que lo era el mecanismo lamarckista de la herencia de las cualidades adquiridas durante la vida de un organismo.
Para Darwin, el carácter gradualista de su teoría era un valor irrenunciable. Entendía que sólo una sucesión de variaciones casi imperceptibles podía hacer verosímil la idea de que el azar y la selección natural podían justificar un proceso evolutivo estrictamente natural. Esta reflexión es fundamental para entender el propósito último de la propuesta de Charles Darwin. Como es de sobra conocido, el famoso naturalista inglés estableció que si un solo organismo pudiese demostrarse que no ha emergido como resultado de un mecanismo gradualista como el que él propugnaba entonces su teoría sería completamente falsa. La razón de esta apuesta trasciende evidentemente el ámbito del pensamiento científico. Tal como comentábamos días atrás, el darwinismo es mayormente una propuesta filosófica, y así lo recogía Francisco J. Ayala en su artículo “Design without Designer”. Darwin no aspiraba a explicar el mecanismo evolutivo de “muchos” organismos vivos; Darwin pretendía explicar el principio metafísico del cambio en la vida.
Por supuesto eso no quiere decir que la propuesta darwinista deba ser rechazada como consecuencia de sus connotaciones metafísicas. El rechazo que muchos científicos sienten hacia el darwinismo no nace de sus implicaciones filosóficas ni del carácter gradualista en sí; nace, como en el caso de las teorías de Lamarck, de su falta de adecuación a las evidencias que la ciencia nos proporciona. No existen mecanismos de acumulación de variaciones fortuitas capaces de justificar la complejidad creciente de los organismos en los seres vivos.
Es por eso que muchos autores, y cada vez más, van poco a poco reconociendo la necesidad de admitir un escenario evolutivo saltacionista. Pero el saltacionismo no es en sí mismo un mecanismo alternativo sino una característica aparentemente imprescindible de cualquier mecanismo que podamos imaginar. La afirmación de que la evolución tiene que haberse producido a saltos no es una afirmación filosófica ni dogmática sino una conclusión estrictamente científica que nace del conocimiento profundo de la biología y de la anatomía comparada, así como de algunas inferencias racionales fácilmente asumibles como la idea de la complejidad irreducible de muchas maquinarias moleculares.
Pero un escenario saltacionista plantea grandes interrogantes en el seno del paradigma naturalista. Es más que evidente la pugna de muchos para mantener que un modelo saltacionista no supone necesariamente un colapso del paradigma dominante y que esta “síntesis” imperante debe ser “extendida” para ir admitiendo las consecuencias de los nuevos descubrimientos. Esta extensión sin embargo, no se quiere presentar como una ruptura, en la medida en que cualquiera que sea el mecanismo del cambio ello no obsta para seguir propugnando que la selección natural seguirá en todo caso actuando sobre las novedades producidas.
Pero esto es solo parcialmente correcto. En un escenario saltacionista se produce una brecha irrecuperable entre los dos niveles del proceso evolutivo, el aumento de la complejidad y el mero aumento de la diversidad. La evolución dejaría de ser un proceso unitario en el que los mecanismos de aumento de la diversidad (la especiación) dejarían de poder explicar los saltos en el aumento de la complejidad de los seres vivos. La microevolución y la macroevolución se convertirían en procesos diferentes donde cada uno tendría mecanismos irreducibles a un único principio de causalidad.
La intuición de un proceso saltacionista no resuelve por sí misma los problemas que el hecho evolutivo nos plantea. Ahora lo que corresponde es seguir investigando para poder conocer mejor qué tipo de mecanismo saltacional podría justificar la emergencia de novedades biológicas, pero el hecho de que todavía no conozcamos los detalles del proceso no nos exime de la responsabilidad de proclamar la inconsistencia del paradigma neo-darwinista. Como un autor dijera en comentario afortunado, mantener la defensa del darwinismo es como pedir que permanezca en prisión el sospechoso de un crimen que ha presentado una coartada perfecta hasta que aparezca el verdadero culpable.
El DI no es una inferencia incompatible con un modelo gradualista. El orden y el ajuste fino en el cosmos despiertan nuestro asombro y nuestra curiosidad y nos animan a descubrir la huella de una causalidad inteligente en tan maravillosa conjunción de factores. De hecho el proceso de la formación del Universo a partir del Big-Bang es perfectamente gradual y notablemente explicable en términos estrictamente naturales; pero el sorprendente orden y la armonía y belleza que despliegan han sido siempre motivo de intuición de propósito o finalidad en el proceso. Igualmente un modelo de evolución de los organismos vivos de tipo gradualista y dirigido aparentemente por fuerzas estrictamente naturales no podría dejar de sugerir un proceso finalista y una causalidad intencional a la vista de la fascinante belleza y complejidad de los seres vivos, y en especial de las singulares características racionales del ser humano.
Pero no cabe duda de que un escenario evolutivo saltacional despierta inferencias de diseño mucho más poderosas. La aparición fortuita y gradual de estructuras funcionales complejas es difícil de admitir, pero la aparición inexplicada de las mismas en un salto evolutivo abrupto resulta perfectamente irracional y exige justificaciones de causalidad mucho más poderosas. Y esto es algo que a muchos les pone muy nerviosos.

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