jul 132011
 

Felipe Aizpún

Una de las ideas más perversas que invaden el ámbito de la pseudo-ciencia corrompida que nos pretende gobernar es la pretensión de que cualquier mirada teleológica a la realidad debe ser rechazada de antemano como si de una perspectiva irracional o enfermiza se tratara. Se nos pretende imponer el mantra de que la inferencia de finalidad en el devenir del cosmos es una actitud anticientífica y como consecuencia de ello contraria a la recta racionalidad que debe presidir nuestra búsqueda del conocimiento. Cabe preguntarse ¿de dónde surge una idea tal? ¿cuál es su origen y verdadero significado?

La pérdida del sentido finalista de la realidad se remonta a la revolución intelectual del siglo XVII y en especial a los trabajos de autores que, aún perteneciendo a corrientes de pensamiento tan dispares como el racionalismo francés (René Descartes) y el empirismo anglosajón (Francis Bacon) coincidieron en proponer un modelo mecanicista explicativo de la realidad material que nos acoge. El incipiente desarrollo de la ciencia en esta época puso de manifiesto la necesidad de contar con categorías de pensamiento que albergaran y dieran sentido a los descubrimientos que empezaban a realizarse, y que permitieran desarrollar un método de trabajo y de recopilación del conocimiento así obtenido. Las categorías anquilosadas del pensamiento eminentemente metafísico que había presidido los siglos anteriores suponían una herramienta conceptual insuficiente para los nuevos tiempos. Lo que las nuevas corrientes de pensamiento pretendían no era tanto desplegar su admiración por la Naturaleza como en el pasado, sino encontrar las claves de su funcionamiento con objeto de obtener una utilidad: dominar y servirse de ella para encontrar una ventaja práctica, algo a lo que en nada podía contribuir la visión esencialista de la escolástica tradicional.

De esta forma, Descartes y Bacon optaron por abandonar el marco de la causalidad aristotélica para dejar de lado la causa formal y la causa final como criterios de conocimiento de la realidad que nada aportaban al resultado de utilidad pretendido y proponer la visión mecanicista de un mundo en el que, a partir de un estado inicial de cosas (partículas elementales y leyes físicas) todo pudiera ser explicado como efecto de una causalidad eficiente. El estado anterior de las cosas y su sometimiento a las leyes físicas debía de ser tenido por explicación suficiente del estado subsiguiente, sin que una perspectiva finalista pudiera argumentarse para justificar el cambio. Descartes se apartó especialmente de la mirada aristotélica “cualitativa” de las cosas y consideró adecuado reducir el mundo físico a sus dimensiones verificables y medibles, la “res extensa”. Descartes pretendió establecer los fundamentos filosóficos de la física moderna apartándose de las concepciones excesivamente esencialistas y abstractas propias del pensamiento metafísico desarrollado por la escolástica medieval. La nueva ciencia precisaba de nuevas categorías conceptuales que permitieran establecer un método adecuado a su objeto y a sus planteamientos.

En realidad el movimiento intelectual mecanicista era inevitable, si bien es preciso matizar su alcance y significado exactos y la forma en que los mismos han sido pervertidos en una concepción materialista de la realidad. El mecanicismo no debe implicar que la realidad carezca de dimensiones teleológicas o que la intuición de las mismas carezca de fundamento racional. Lo que nos indica simplemente es que las intuiciones teleológicas no caben en el estrecho marco que la perspectiva científica de la realidad ha de abordar. No se trata de negar la dimensión finalista del devenir del cosmos tanto como de matizar que el rigor del método científico resulta inapropiado para tal perspectiva. Dicho de otra forma, el desarrollo de la ciencia no es sino el desarrollo del conocimiento de las características accidentales de la realidad. La extensión material y el movimiento se convierten así en el objeto central de la investigación científica y su desarrollo exige un método de trabajo basado únicamente en la observación y la experimentación.

La visión clásica de la realidad no se limitaba ni mucho menos al escrutinio de los accidentes materiales de las cosas sino que trascendía los mismos para preguntarse en torno a la esencia íntima de las cosas, a su origen y al sentido de finalidad en el mundo real. La ciencia moderna sin embargo necesitaba otras herramientas conceptuales para poder desarrollarse de forma ordenada, objetiva, verificable, capaz de proponer conclusiones con garantías de certidumbre suficientes para poder ser universalmente aceptadas. Las perspectivas metafísicas relativas a la causa formal, es decir, las intuiciones abstractas en torno a modelos ideales, o las intuiciones racionales en torno al sentido último que anima el devenir y el cambio resultaban incompatibles, o mejor dicho inservibles, para la nueva perspectiva de estudio de la realidad.

Pero el abandono de una perspectiva teleológica no implica el rechazo a la existencia de finalidad o sentido trascendente. Al menos no hay razón alguna para ello, y si bien se estima normalmente que Descartes tendió de alguna forma a consagrar dicho rechazo, es evidente que Bacon mantuvo siempre su respeto más completo por la existencia de causas finales o formales aún considerando que las mismas debían ser relegadas fuera del ámbito del estudio científico. Todo ello es más fácil de entender si consideramos que la teoría aristotélica de las cuatro causas no debe ser percibida como la propuesta de la existencia concurrente de entidades causales distintas sino simplemente como diferentes perspectivas o miradas a la realidad. El método científico nos invita a concentrarnos en sólo alguna de estas perspectivas pero ello no puede proscribir la mirada concurrente y complementaria de quienes deseamos una visión más completa y enriquecedora de dicha realidad. Yo puedo no querer mirar una cierta cosa, pero afirmar categóricamente que tal cosa no existe porque yo he decidido no mirarla es una afirmación patética.

Del modelo mecanicista podemos por lo tanto alegar lo mismo que del más amplio modelo naturalista de acercamiento al conocimiento humano. Debe diferenciarse, decimos, entre naturalismo metodológico y naturalismo filosófico. El primero representa una actitud imprescindible de búsqueda del conocimiento científico, consistente en suponer que todos los fenómenos observables deben ser estudiados como si existiera siempre una explicación estrictamente natural de los mismos en términos de leyes físico-químicas actuando sobre la materia y la energía. El naturalismo filosófico sin embargo supone un prejuicio metafísico infundado ya que considera que necesariamente debe de existir tal explicación natural y que todo lo existente puede ser traducido y explicado en términos de materia, energía y leyes.

De la misma forma podemos hablar de un mecanicismo metodológico perfectamente asumible que propugna la búsqueda del conocimiento científico del cosmos mediante expedientes explicativos reducibles en términos de causalidad eficiente; sin embargo es preciso rechazar el tan extendido mecanicismo filosófico que propugna de forma axiomática la inexistencia de sentido o finalidad en el devenir del Universo y de la vida, como forma de prejuicio metafísico carente por completo de base racional que lo justifique.

Las intuiciones en torno a la finalidad de un evento o de un proceso no pueden, por tanto, ser sometidas a experimento crítico alguno de falsación, quedan fuera del ámbito de aplicación del método científico. Pero negar de raíz la posibilidad de una perspectiva filosófica teleológica es un acto de abdicación intelectual. El que la ciencia haya concretado su forma de aproximarse a la realidad a los aspectos puramente accidentales no quiere decir que no existan otras perspectivas más enriquecedoras sustentadas, por supuesto, en el conocimiento científico más avanzado. Apoyándonos en él podemos desarrollar intuiciones más ambiciosas y construir convicciones profundas en torno a lo real. Estas convicciones son, en definitiva, los ladrillos con los que se construye el edifico del conocimiento humano.

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6 comments on “Evolucionismo y Teleología (1)

  1. Felipe y demás comunidad inteligente:
    No me puedo callar en quitar mérito a ese empirista Bacon, que fue como el tamborilero que anima al ejército que va a entrar en combate…, en realidad su doctrina era indistinguible de la “inútil” escolástica con sus explicaciones basadas en un “mix” Platon-Aristoteles. Dicen las malas lenguas que el único experimento que hizo en la vida es el que le llevó a la muerte: hacer tragar nieve a un pollo en un crudo día invernal.
    No debes olvidarte, Felipe, en señalar en otra entrada de esta prometedora serie que Bacon, Descartes, Galileo, Newton no serían nada sin la metafísica desarrollada por los “creacionistas” escolásticos. En especial por el semi-nominalista Duns Escoto, y nominalistas Guillermo D´ockam, Nicolas de Autrecout etc.

    Y cuando se habla del naturalismo metodológico, hay que dejar bien claro (so pena de que los evolucionistas de toda laya y condición se crezcan en su anti-metafísica con sus indecentes quote-mining) que las “leyes naturales” fueron un invento de “creacionistas” que sabían que la acción de la causa primera es regular (los milagros son algo extraordinario que reafirma la confiabilidad de la acción conservadora del cosmos=bello=ordenado, por supuesto cognoscible en cierta medida por los seres humanos hechos a su imagen y semejanza). Y también hay que subrayar que el método científico se debe al “creacionista” Galileo que, lejos de haber expulsado a la metafísica echando de una patada a los aristotélicos por la puerta principal, se le coló una metafísica renovada y con mayor potencia por la chimenea, a modo de formas geométricas en movimiento, o sea idealizaciones de la realidad (la experiencia no le llevó a eso sino construyendo primeramente un mundo abstracto, a priori, que debía funcionar porque la mente ordenadora del creador había construido la mente humana de forma que no se engañara en sus inquisiciones, y ello se lo debemos al “creacionista” cardenal de Cusa ).
    En fin, que cuando los naturalistas andan ridiculizando a la metafísica de los “creatas”, están utilizando los conceptos que han recibido de los antiguos ID´iots, sin los cuales la ciencia no se ha podido dar, ni dará paso alguno. Claro, que si se enteraran que andan como ese ridículo rey desnudo del cuento chino, quizás se replantearían su pseudo-metafísica. Esperemos que algun espabilado de esos se de cuenta de su lamentable estado y lo haga por medio de este blog. Habrá merecido la pena

  2. Creatoblepas
    muchas gracias por tus acertadas puntualizaciones. En realidad el enderezar el discurso filosófico-científico es una tarea compleja. Lo primero que hay que comprender es que el conocimiento racional no puede avanzar sin recuperar una visión completa en términos de causalidad. La perspectiva mecanicista y el cientificismo entronizado que limita todo el discurso son una auéctica rémora. El DI es precisamente recuperar la perspectiva formal y finalista de nuestra visión de la realidad. No hay otro camino. Muy rrecomendable sobre estos temas el libro de Etienne Gilson “De Aristóteles a Darwin y vuelta” Creo que es de 1974 pero es de una asombrosa actualidad.

  3. Felipe: Te agradezco la cita de esa obra del gran GilSON. Ya hace más de 21 años que la leí, y la he repasado varias veces. Para los cientistas, un neo-escolástico como él es alguien que por definición no merece sino burlas. La ciencia según la narrativa de esos espabiladillos surge del desprecio de las supersticiones medievales. Craso error. Lo que se deberían dar cuenta es que sin una metafísica monoteísta nunca jamás habría salido a la luz gente dando por hecha que la naturaleza está sometida a unas leyes inquebrantables, es por ello que el universo tiene orden, y el alma racional no se engaña cuando trata con el justo método de aprehenderlo. ¡Qué grande es el libre albedrío cuando sus detractores –precísamente ellos- con su típica soberbia andan recriminándonos la muerte de Dios utilizando los avances de la ciencia desembarazada de sus cimientos neo-aristotélicos y platónicos!
    Si a alguno se le ocurre pensar que a un rascacielos se le pueden quitar los cimientos, y seguir todavía en pié, le daríamos por loco. En cambio, a Dawkins, Ayala, Hawkins, Provine, y su banda naturalista, que andan declarando que la ciencia ha dejado sin trabajo al diseñador, se les reparten premios como el Templenton (que se estableció para gente que hace ciencia con buenos cimientos).
    La obra de E.Gilson la publicó la editorial Rialp ¿sabes si hoy día andan publicando algo contrario al evolucionismo y que aplauda al DI?

  4. En un comentario reciente de Fernando nos decía esto

    En “Dawkins en observación” de Scott Hahn y Benjamin Wiker (RIALP) hay también interesantes objeciones al dios del azar.

    RIALP puede que publique algo contra el darwinismo radical pero no creo que publique algo en favor del DI ya que existe un serio desconcierto sobre este asunto. Impera la prudencia y no quieren arriesgarse a verse descalificados públicamente aunque sea sin fundamento racional.
    Lo último que conozco publicado, y hace mucho, es un libro de Dembski bajo el título de “Diseño Inteligente” en una editorial propiedad de Intereconomía.

  5. Gracias Felipe: El libro de Scott Hahn y Benjamin Wiker no está en ninguna biblioteca pública de España, y el de Dembski ya lo leí aunque cuando ví que sólo intereconomía (ni siquiera “la obra”) se atreve a publicar esas cosas me dió un escalofrío. Y sin embargo, a pesar de eso la razón está de parte de la inteligencia (tautología).
    Por eso es que he mejorado mi inglés, para entender a los “creacionistas” americanos que escriben en discovery institute, o en uncommon descent, etc, …..sin internet ¿dónde estaría el DI?

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