Felipe Aizpun
Hace unas semanas podíamos leer un debate en torno a la complejidad irreducible de los organismos biológicos (o de sus partes) entre el filósofo pro-DI Vincent Torley y el biólogo pro-darwinismo Larry Moran. Torley había escrito una reconsideración detallada del argumento de la complejidad irreducible como prueba de diseño aquí. Y Moran había respondido en su propio blog así, dando lugar a una nueva respuesta de Torley.
El objeto de este comentario es reflexionar sobre uno de los puntos que resultaron especialmente relevantes en el intercambio sin entrar a valorar todos los asuntos que fueron objeto de debate; en concreto sobre lo acertado de aplicar el concepto de complejidad irreducible a ciertos mecanismos biológicos. Comenzaremos recordando cuál es la definición de complejidad irreducible tal como Michael Behe la formulara en su ya clásico “Darwin´s Black Box” (1996):
Entiendo que un sistema es irreduciblemente complejo si está compuesto de varias partes interconectadas y bien ensambladas que contribuyen a su función básica, y donde la pérdida de una cualquiera de las partes provoca que el sistema cese efectivamente en su función.
Han sido muchos los ejemplos de sistemas biológicos propuestos desde entonces como ejemplo de mecanismos irreduciblemente complejos. El argumento a favor de una causación inteligente que seguía a la atribución de complejidad irreducible a los sistemas se basaba, recordémoslo, en el hecho de que los sistemas de este tipo no pueden ser reivindicados como fruto de un proceso de naturaleza darwinista, es decir, como un proceso de formación del mismo por acumulación de partes, ya que éstas no serían operativas hasta que el sistema completado pudiera ser funcional. Por lo tanto, los estadios intermedios no podrían haber sido nunca objeto de selección natural positiva. Por el contrario, conocemos que tales tipos de sistemas operativos conteniendo un diseño funcional sustentado sobre un esquema de control formal son siempre, en la medida de nuestra experiencia, el resultado de la acción de una inteligencia creadora como es el caso de la inteligencia racional del ser humano.
De entre los diferentes ejemplos propuestos por Behe, dos son los que vamos a retener en nuestro análisis, sin duda los dos más emblemáticos en la literatura científica a partir de entonces: el flagelo bacteriano y el proceso de coagulación de la sangre o hemostasis y que nos abstendremos de describir minuciosamente dando por hecho que el lector estará más o menos familiarizado con los mismos; o puede en todo caso hacerlo aquí y aquí.
Lo que me interesa recalcar ahora es uno de los argumentos que Moran opone a Torley en su debate: la existencia de sistemas que supuestamente deberían de encajar en la descripción de complejidad irreducible exhibida por los teóricos del DI y que sin embargo pueden reivindicarse legítimamente como sistemas susceptibles de haberse configurado por un proceso evolutivo de tipo darwinista; en concreto se refiere Moran al ciclo del ácido cítrico también conocido como ciclo de Krebs. Este ciclo constituye una ruta metabólica, es decir una sucesión encadenada de reacciones químicas, que forma parte de la respiración celular en todas las células aeróbicas. Lo curioso de este ejemplo de Moran es que el ciclo de Krebs es uno de los ejemplos que algunos defensores del DI oponen precisamente como muestra evidente de complejidad irreducible, es decir, como ejemplo de un entramado bien orquestado de reacciones químicas que no resulta imaginable se hayan organizado de forma espontánea para favorecer un resultado funcional. He aquí un ejemplo. No voy a ocultar sin embargo que el propio Behe en un artículo de 2000 titulado Irreducible Complexity and the Evolutionary Literature: Response to Critics (Behe 2000a) concede que este ciclo metabólico, como otras rutas metabólicas identificables en los organismos vivos, “podrían” haber surgido de forma fortuita por mecanismos estrictamente darwinistas. Una sensible discrepancia que da pie a esta reflexión.
En cualquier caso, hay que hacer notar que este ejemplo de Moran no es sino uno más de los que han sido objetados por otros autores, como es el caso de Kenneth Miller, un asiduo a las objeciones frente a la idea de complejidad irreducible, y que ha provocado numerosas respuestas esclarecedoras por parte de Michael Behe. Vaya por delante la salvedad de que los procesos metabólicos señalados por estos autores no puede demostrarse en ningún caso que hayan sido verdaderamente el resultado de un proceso de evolución darwinista, sino que simplemente se especula con que los mismos “podrían haber surgido” de tal o cual manera, como es lo habitual en la literatura evolucionista contemporánea. Como he señalado, ya el propio Behe en su libro concedía desde el inicio que no todas las rutas metabólicas describibles en los organismos vivos podían ser exhibidas de forma rotunda como ejemplo de sistemas irreduciblemente complejos y que muchas de ellas, bien podrían quizás haber sido el resultado de un evento de carácter darwinista (véase p. 142 del original en inglés “Darwin´s Black Box”) si bien la probabilidad de una ocurrencia tal seguiría resultando, en su opinión, prácticamente despreciable.
Sea como fuere, Behe no pudo menos que profundizar en su argumentación al hilo de las distintas objeciones planteadas, y así lo hizo en un artículo titulado In Defense of the Irreducibility of the Blood Clotting Cascade: Response to Russell Doolittle, Ken Miller and Keith Robison también del año 2000 (Behe 2000b). En él el autor propone una nueva definición de su idea de “Complejidad Irreducible” más apropiada, en su opinión, para el análisis de determinados mecanismos biológicos y especialmente en relación con el carácter evolutivo del proceso de formación de los mismos. Veamos en primer lugar esta nueva definición y entraremos en la materia específica de este artículo. Dice Behe:
Una ruta evolutiva irreduciblemente compleja es aquella que contiene una o más etapas no seleccionadas (es decir, una o más mutaciones necesarias pero no objeto de selección). El grado de complejidad irreducible se corresponde con el número de etapas no seleccionadas en la ruta.
Pues bien, mi objetivo es poner de relieve el hecho de que la asimilación de rasgos biológicos de distinta naturaleza en las exposiciones de Behe sobre la complejidad irreducible, puede resultar problemática. Behe tiende a subsumir bajo la definición conceptual genérica de SISTEMA, muchos rasgos biológicos que merecerían mejor la consideración específica de PROCESO. A tal efecto, quisiera proponer la siguiente distinción conceptual:
Entiendo por SISTEMA, una disposición de PARTES interconectadas que se necesitan entre sí para configurar un dispositivo en el que todas contribuyen al unísono a la producción de una FUNCIÓN.
Entiendo por PROCESO una SECUENCIA DE EVENTOS interrelacionados que tienen como efecto final la producción de un RESULTADO.
Podemos ver fácilmente que el flagelo bacteriano se corresponde exactamente con la idea de sistema funcional, mientras que la hemostasis se corresponde de manera precisa con la idea de proceso y así es definido en la literatura científica de manera corriente: el proceso de coagulación de la sangre. En mi opinión uno y otro rasgo biológico, por tener una naturaleza diferente, merecen un tratamiento teórico distinto en relación a las razones que impulsan a intuir una causalidad inteligente en su formación.
No es sin embargo éste el caso por lo que a los trabajos de Behe se refiere. Behe se ha referido siempre, hasta donde yo he podido comprobar, al proceso de coagulación de la sangre como un sistema; así por ejemplo lo hace en la p. 86 de su “Darwin´s Black Box” donde inequívocamente lo describe como “un único sistema compuesto de varias partes interactuantes que contribuyen a la función básica”. Igualmente, en el artículo Behe 2000b antes mencionado, en respuesta a Doolittle, Miller y Robison, mantiene el discurso de la idea de sistema y de partes que interactúan para la obtención, no de un resultado, sino de una función cuando se refiere a las distintas rutas metabólicas sobre las que se debate. Lo que resulta problemático es que así como en el caso de los sistemas funcionales la idea de complejidad irreducible resulta intuitivamente inexpugnable, no ocurre lo mismo cuando intentamos aplicar el concepto a los procesos complejos como la cascada de la coagulación de la sangre. Lo que caracteriza a un sistema funcional es la interconexión mecánica de las partes y el hecho de que la función no puede desarrollarse en ausencia de una cualquiera de las mismas; es decir, o bien el sistema se activa y desarrolla la función, o simplemente no funciona en absoluto. La expresión en el inglés original “well-matched interacting parts” de la definición de Behe en su “Darwin´s Black Box” es muy explícita y encaja de forma indiscutible con lo que he definido como sistema funcional, pero no tanto en lo que podemos entender por un proceso biológico, en concreto una ruta metabólica como la que nos ocupa.
A diferencia de un proceso encadenado de eventos, la característica específica del sistema funcional que nos exige una justificación inteligente reside en su propia estructura formal, en su “diseño”. Se trata por lo tanto de la consideración filosófica tradicional en torno a la “forma”, una perspectiva que resulta imposible de justificar en el caso de una sucesión de eventos. El flagelo bacteriano es un entramado mecánico en sí mismo que exige una justificación en cuanto a su construcción dada la imposibilidad de imaginar estadios funcionales intermedios, y ello con independencia de cuál sea el valor de la función que desarrolla en relación al organismo que lo contiene. Quiero decir que incluso en el caso de que la función de motor rotativo y de propulsión fuese innecesaria, superflua o poco relevante para el organismo del que forma parte, la estructura funcional y el diseño organizativo del sistema, ya de por sí, seguirían pidiendo a gritos una justificación intencional.
Sin embargo, la aplicación del mismo concepto de complejidad irreducible en relación a un proceso encadenado de reacciones químicas de la naturaleza de lo que se conoce como cascada de coagulación de la sangre resulta, como decíamos, problemático. Behe se ha visto en la necesidad de ajustar su explicación a este tipo de procesos (que él sigue llamando sistemas) para lo que ha propuesto la segunda definición de complejidad irreducible, imaginada como la aplicación de su concepto a un episodio evolutivo. El hecho más destacado a tener en cuenta es que los episodios de un proceso son sucesivos, es decir, secuenciales, mientras que las partes de un sistema están interconectadas en una acción simultánea. Es más, no existen acciones o eventos independientes atribuibles a las partes que puedan ser contemplados de forma aislada, sólo hay una acción unitaria del sistema compuesto de partes. En un proceso por el contrario, los distintos eventos que configuran la cascada se suceden provocándose los unos a los otros, y si bien es cierto que el evento final resultante del proceso precisa de todos y cada uno de los eventos intermedios, nada impide pensar que las distintas reacciones no puedan ser descritas con independencia del resultado final y puedan ser concebidas como reacciones químicas eventualmente posibles al margen del proceso del que también forman parte.
Behe ha querido aportar una adaptación de su idea de complejidad irreducible a este tipo de eventos o rutas metabólicas. En su artículo ya mencionado, Behe 2000b, dice enfocar el problema en términos “evolutivos” y establece, con cierta lógica, que la complejidad irreducible se desprende del hecho de que ciertas etapas del “sistema” no pueden haber sido objeto de fijación por selección darwiniana (“unselected steps”). El lenguaje, todo hay que decirlo se acerca en sus términos a la diferencia semántica propuesta en este artículo ya que reconoce que la atención deja, en esta definición, de centrarse en las partes del sistema para hacerlo en las etapas (“steps”) del mismo, y también que el análisis se dirige no tanto al sistema sino al “proceso” de formación del mismo. Sin embargo, estos matices no le llevan a concluir que la atribución de la característica de complejidad irreducible al proceso resulte inadecuada sino únicamente a defender una segunda interpretación de tan controvertido calificativo. (continuará)
“Entiendo que un sistema es irreduciblemente complejo si está compuesto de varias partes interconectadas y bien ensambladas que contribuyen a su función básica, y donde la pérdida de una cualquiera de las partes provoca que el sistema cese efectivamente en su función.”
De su función actual. Pero la teoría de la evolución no establece que las funciones de los sistemas biológicos son siempre las mismas.
Un ave sin plumas no puede volar. Por lo tanto, las aves desarrollaron plumas antes de volar. ¿Para que iban a tener plumas animales que no vuelan? Las plumas no sólo sirven para volar, también contribuyen a la regulación térmica. Actualmente se sostiene que son escamas modificadas. O sea que no “aparecieron” de la nada. Y en un principio, cumplieron una función diferente de la que cumplen actualmente.
Por lo tanto, para demostrar que un sistema biológico es irreductiblemente complejo, no hay que demostrar que sin una de sus partes no cumple su función actual, sino que sin una de sus partes no podría cumplir ninguna función (y para esto hay que considerar las formas de vida existentes al momento de producirse la modificación).
“El argumento a favor de una causación inteligente que seguía a la atribución de complejidad irreducible a los sistemas se basaba, recordémoslo, en el hecho de que los sistemas de este tipo no pueden ser reivindicados como fruto de un proceso de naturaleza darwinista, es decir, como un proceso de formación del mismo por acumulación de partes, ya que éstas no serían operativas hasta que el sistema completado pudiera ser funcional.”
Falso, podrían ser operativas, pero para una operación diferente.
“Por lo tanto, los estadios intermedios no podrían haber sido nunca objeto de selección natural positiva.”
Falso, por lo anterior.
“Por el contrario, conocemos que tales tipos de sistemas operativos conteniendo un diseño funcional sustentado sobre un esquema de control formal son siempre, en la medida de nuestra experiencia, el resultado de la acción de una inteligencia creadora”
¿Nuestra experiencia? ¿Está hablando de formas de vida o de diseños humanos? Se cuestiona que extrapolar la microevolución a la macroevolución carece de evidencia que lo confirme. ¿Tenemos evidencia para extrapolar es proceso de diseño humano al proceso de diseño del universo?
“sino que simplemente se especula con que los mismos “podrían haber surgido” de tal o cual manera, como es lo habitual en la literatura evolucionista contemporánea”
¿Disculpe, que evidencia directa tiene de la existencia del diseñador? Porque a menos que tenga evidencia referida concretamente a él, usted ESPECULA con su existencia.
“El flagelo bacteriano es un entramado mecánico en sí mismo que exige una justificación en cuanto a su construcción dada la imposibilidad de imaginar estadios funcionales intermedios”
La imposibilidad de imaginar no es evidencia. No es un hecho. Es sólo una medida de la limitación mental de quién está intentando imaginar.
Incluso, hay otro punto con respecto a la definición de complejidad irreductible que se pasa por alto.
Sabemos que los seres vivos a veces presentan rasgos que no parecen brindar ninguna ventaja e incluso a veces ni siquiera parecen cumplir una función.
Aún así, esos rasgos son susceptibles de sufrir modificaciones, y esas modificaciones pueden llegar a adquirir alguna función tan ventajosa, que la selección termine preservando la modificación.
Esto quiere decir que al hablar de complejidad irreductible debe considerarse un sistema que sin una de sus partes no cumpla la misma ni ninguna función, sino que debe considerarse, de hecho, un sistema en el que NINGUNA de las combinaciones que se obtienen al quitarle una o varias de sus partes PUEDA EXISTIR.
Eso es, realmente, un sistema irreductiblemente complejo que no puede surgir a partir de un proceso evolutivo.