Por Fernando Ruiz.
El Naturalismo Metodológico (NM) es una norma metodológica auto-impuesta en ciencia–particularmente en las ciencias de la naturaleza–, que solamente permite las explicaciones basadas en principios naturales, básicamente las leyes de la naturaleza y las fuerzas elementales de la física que las soportan, rechazando categóricamente aquellas que recurren a principios sobrenaturales. Así planteada esta normativa, divide el campo de las ciencias en dos grupos, las ciencias de la naturaleza en las que se impone esta normativa, y las ciencias relacionadas con la actividad humana, como, la sociología, la psicología, la economía, que obviamente no pueden reducir sus explicaciones a leyes naturales propiamente tales, sin caer francamente en un reduccionismo ideológico materialista insostenible. De manera que esta normativa metodológica es de partida reduccionista, e inconsecuente con estado actual de la actividad científica en general. Pero es cierto que nadie parece reclamar o molestarse que no se aplique la normativa naturalista a estas ciencias; sin embargo, se levantan voces airadas cuando se pretende suspender su aplicación a las ciencias de la naturaleza, muy particularmente a la biología, en la que claramente las leyes naturales son incapaces de explicar los fenómenos biológicos complejos (teleológicos), puesto que estas leyes carecen de principios organizadores como para dar cuenta de su origen y de su funcionamiento exquisitamente coordinado.
Sin embargo, se puede argumentar que los asuntos humanos son ‘naturales’, pertenecen a este mundo inmanente, por lo que tendrían cabida en las ciencias, y también se aceptarían poderes causales psicosociales, adoptando un Naturalismo Metodológico laxo y acomodaticio, aunque la ideología materialista imperante que apoya el NM, pretende que en última instancia todo lo humano es reducible a la materia. Esta ‘concesión’ se podría considerar positiva, aunque en verdad es espuria, puesto que no hay ninguna ley de la naturaleza que dé cuenta de la conciencia ni de la inteligencia, salvo contorsiones de la filosofía de la mente que pretenden explicar su emergencia de lo físico, pero esto no es ciencia ni se trata de leyes naturales. Y además esta ‘concesión’ es parcial, puesto que las puertas permanecen herméticamente cerradas a las demostraciones causales influidas por un más allá de los fenómenos humanos, a las provenientes de un mundo metafísico.
Habría que preguntar, en qué se sustenta esta obstinada cerrazón a posibles explicaciones causales con implicaciones metafísicas. La respuesta más usual que se da a este interrogante es que esas explicaciones aluden a entidades inexistentes, a meros productos de la imaginación, generadas por la fe o las creencias, y que no tienen sustento sólido para ninguna ciencia empírica; no son objeto posible para la observación ni para la experimentación. Este tipo de respuestas tropieza con muchas objeciones de suyo, pero que no son del interés de este momento; mas, es importante señalar que el carácter metafísico que se rechaza o se desconfía, está curiosamente presente en la actividad científica corriente en forma de supuestos epistemológicos y ontológicos (carácter de la realidad que se estudia, su racionalidad y susceptibilidad de ser entendida y manejada por el hombre, origen de las leyes de la naturaleza y sus fuerzas elementales, etc.). Se puede afirmar que la ciencia, y todo conocimiento humano, están rodeados de ideas y de creencias de carácter metafísico que se muestran como supuestos de toda actividad cognitiva, y que apuntan a un más allá del empirismo científico, en dirección a la esfera de lo metafísico. Y en este sentido, la objeción de la inexistencia de lo metafísicamente posible para considerar la vertiente metafísica en el conocimiento de lo que nos rodea, hay que subrayar que este reparo, no es resultado de un conocimiento empírico, ni experimental, se trata también básicamente de una creencia de carácter metafísico. Ilustra la presencia metafísica en el ámbito científico la frase categórica de la postura ideológica materialista: “…lo único que existe es la materia y sus manifestaciones”, que se oye o se lee con frecuencia a propósito de la ‘realidad’ del mundo que es el objeto de la ciencia. Una materia que se tiende a identificar con los contenidos de la ciencia física (“materialismo científico”), para ganar consistencia, crédito y aceptabilidad de la doctrina; desgraciadamente, contaminando así a la ciencia con su metafísica particular.
Creo que es justo agregar que, paradójicamente no solo la ideología materialista apoya el NM, sino que también, nada menos que algunas corrientes teológicas que adhieren a la concepción de que Dios creó al mundo, y lo dotó de principios causales para que se desarrollase autónomamente, las llamadas “causas segundas”; Dios en esta interpretación teológica, no interviene en el curso del desarrollo del mundo –respeta su autonomía. Y curiosamente, también hay grupos de creyentes que consideran que la teología simplemente no es capaz de dar cuenta de los cambios del mundo y recurren a las ciencias para esas explicaciones. Así que estas doctrinas relacionadas a la teología, no tienen problemas con el NM, se sienten perfectamente cómodas con esta normativa, ya que unos suponen que las leyes de la naturaleza corresponden a las “causas segundas”, y los otros, pues no tienen conflicto teológico con las ciencias tal como se encuentran. Los problemas teológico-filosóficos que entrañan este tipo de actitudes teológicas, no son objeto de este comentario.
Se señala que esta normativa es una autoimposición reciente en la historia de las ciencias, y de inspiración ideológica, puesto que hubo científicos en siglos anteriores que echaron mano a explicaciones no materiales; como Newton, por ejemplo, que recurrió a un ser inteligente y poderoso para entender la fina ubicación del sol, planetas y cometas en nuestro sistema solar. Sin embargo, se podría pensar que esas incursiones a lo divino/religioso de algunos científicos en tiempos pasados, fueron una mera expresión personal de su fe, y en cierta medida resultado del desconocimiento –ignorancia–, debido al aún incipiente desarrollo de la ciencia, por lo que se trataría de un fenómeno de, “Dios de las hendiduras”, esto es, el utilizar el poder de una divinidad para suplir un vacío en nuestro conocimiento. En todo caso, pareciera que de esta observación y análisis se nutrió en parte el establecimiento dogmatico del NM, como una norma útil que evitaría este proceder de rellenar los huecos de ignorancia con una acción divina que puede explicarlo todo, entorpeciendo de esta manera el desarrollo de la ciencia. Pero, aún si esta lógica tuviera algún mérito, al reflexionar con una perspectiva amplia, se hace evidente que esta normativa naturalista (NM) se basa fundamentalmente en una influencia ideológica de tipo materialista, y también entraña un supuesto epistemológico muy dudoso, más bien claramente fallido; esto es, se asume que las leyes naturales y las fuerzas elementales de la física poseen un potencial interminable de explicar todo lo existente en el mundo –y satisfactoriamente–, si se cuenta con suficiente tiempo, y con un poco de suerte. Pero, esta es una clara aspiración ideológica sin sustento científico; si la ciencia se adhiere a esta proclamación, cae de bruces en un reduccionismo arrogante de tipo ideológico, que supone que el mundo es totalmente susceptible de ser verdadera y totalmente entendido por las ciencias físico-matemáticas, y que su método es el único medio legítimo de conocerlo, o en el mejor de los casos, el óptimo.
La preocupación de que la apertura a influencias metafísicas en los fenómenos naturales plagara la ciencia de propuestas extravagantes y de abusos entorpecedores, en verdad no tiene asidero frente a una ciencia bien llevada que se atiene a los parámetros fundamentales de la actividad científica. Porque si bien es cierto, no existe un método único para todas las ciencias, y no siempre resulta fácil demarcar lo que es científico de lo que es pseudociencia, no es menos cierto que existen parámetros que caracterizan la actividad científica bien llevada: importancia central en la observación directa o indirecta de los fenómenos estudiados, experimentación y replicación en cuanto posible, y teorías abiertas al escrutinio y a la competencia de hipótesis alternativas. Estos parámetros protegen la ciencia, filtrando y eliminando las propuestas triviales, ilusorias y carentes de fundamentos empíricos.
De manera que el Naturalismo Metodológico no solo no es consecuente con el estado actual de las ciencias en general, sino que además no es una necesidad que salvaguarda las ciencias de la naturaleza, puesto que esta se basta a sí misma para protegerse de lo falso y de lo imaginario. Por lo contrario, la presencia impositiva de esta normativa naturalista en ciencia, genera un a priori metodológico que impide la búsqueda de respuestas adecuadamente fundamentadas en evidencias, a temas científicos que permanecen insolubles a las explicaciones basadas solo en las leyes naturales. Desgraciadamente, la imposición de esta normativa no solo impide los esfuerzos en encontrar una comprensión coherente y fructífera –no-neomecanicista–, de estos fenómenos, sino que además ignora, borra y prohíbe el reconocimiento y la publicación de las evidencias que se encuentran con otros acercamientos, como es la situación de la Tesis del Diseño Inteligente.
Un caso paradigmático de este tipo de fenómenos resistente a la sola explicación naturalista, lo constituye el enigma del origen de la información necesaria para el comienzo de la vida en la historia del planeta, básicamente depositada en el ADN de la célula viva originaria, que da comienzo a los seres vivos. Una información biológica depositada –codificada–, en su configuración bioquímica, a lo que se debe agregar, la necesaria presencia de estructuras proteicas enzimáticas preexistentes (previas al establecimiento funcional del ADN), cuyas acciones funcionales teleológicas son indispensables para la actualización funcional de la información biológica materializada en el ADN (entre otras, la fabricación de proteínas enzimáticas). Las leyes naturales –simples y ciegas–, no poseen un poder causal capaz de dar cuenta del origen de la información depositada en el ADN, ni de todas las formaciones biológicas cargadas de acciones teleológicas con especificidad funcional, que son responsables de la actualización de la información genética, y de la construcción y funcionamiento de las estructuras que hacen posible la vida.
La tesis del Diseño Inteligente aborda este problema, señalando que la estructura del ADN que porta información biológica en la disposición específica de sus cuatro bases nucleótidas, lo hace de igual manera que el lenguaje humano y los mensajes computacionales computarizados codificados, –en forma digital. Estas características de la información codificada tienen solo un origen confirmado en tiempo presente, y es una acción inteligente, capaz de propósito, discriminación y elección. En base a esta observación y confirmación sostenida en la actualidad, la tesis del Diseño Inteligente infiere una acción inteligente, como la mejor hipótesis disponible para explicar el origen de la información biológica y de las estructuras teleológicas que la soportan. Esta es una propuesta formulada en forma de hipótesis, abierta a la competencia de explicaciones alternativas adecuadamente fundamentadas. Sin duda, esta hipótesis se abre a la metafísica, a esa esfera enigmática y desconocida que nos engloba, pero se detiene, sin entrar a elaborar acerca de las características y procedimientos de la agencia responsable de la acción inteligente. Este es terreno para la exploración de otras disciplinas que operan con métodos y supuestos distintos.
La hipótesis formulada por la tesis del Diseño Inteligente es un ejemplo de una explicación vetada por el NM sostenido en forma dogmática, primariamente por razones ideológicas, a pesar de que esta tesis cumple con los requisitos exigidos a las ciencias históricas; de proveer una hipótesis fundamentada en la observación y la constatación empírica en el presente, que en este caso es una acción inteligente como el único poder causal capaz de generar estructuras capaces de contener y transmitir información.
La posibilidad de ampliar el espectro de explicaciones científicas realizadas en forma metodológicamente adecuada que brinda la TDI, constituye un enriquecimiento para la ciencia, y no un descarrilamiento de sus posibilidades. En modo alguno esta tesis entorpece o pretende anular las innumerables oportunidades que ofrecen las explicaciones basadas en las leyes naturales y las fuerzas elementales de la física. Pero hay que reconocer, que con la tesis del Diseño Inteligente, se hace evidente, el límite del poder causal de las meras leyes naturales para dar cuenta de muchos fenómenos naturales, particularmente de los biológicos; y es claro también, que con el advenimiento de esta tesis, se incorpora una nueva dimensión explicativa en las ciencias de la naturaleza, especialmente en biología, que incluye, organización estructural y funcionamiento con propósitos específicos integrados, e información materializada prescriptiva (operativa); una visión causal “top-down” de los procesos biológicos, no de mecanismos, sino de teleologías específicas. De este modo se incrementa significativamente la capacidad gnoseológica del ser humano, y se abre una nueva avenida epistemológica para estudiar y comprender adecuadamente el intrincado y fascinante funcionamiento biológico, una necesidad urgente en el estado actual de esta ciencia.
Raleigh, NC. USA. Noviembre del 2015.